El resultado es una exposición que
lleva por título Salinas y la Salamanca del Humanismo. Dicha muestra se divide
en tres espacios. En el primero, los departamentos de Historia, Literatura,
Biología e Industrias Alimentarias han realizado una visión de Salamanca en el
siglo XVI, describiendo la importancia de la Universidad, el arte, la amistad
de Francisco Salinas con Fray Luis de León, los avances científicos o la vida
cotidiana y la alimentación. La visita se completa con una pequeña muestra de
alimentos característicos de esa época.
24 de mayo de 2021
Exposición: Salinas y la Salamanca del Humanismo
23 de mayo de 2021
XI Rally Fotográfico Literario
Este año más que nunca queremos entonar un canto a la vida y, para ello, recordamos seis tópicos clásicos a través de los cuales la literatura nos ha ofrecido distintas maneras de entender la vida y el paso del tiempo.
Y esta es la propuesta que nos hacen Ainara Pérez y Rebeca Griñón (de 1º de Bachillerato), ganadoras del premio al Mejor Conjunto Fotográfico:
1. Carpe diem
oro, lilio, clavel, cristal luciente,
no sólo en plata o vïola troncada
se vuelva, más tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”.
(Luis de Góngora)
2. Tempus fugit
“La gloria del
ocaso era un purpúreo espejo,
era un cristal
de llamas, que al infinito viejo
iba arrojando el
grave soñar en la llanura...
Y yo sentí la
espuela sonora de mi paso
repercutir
lejana en el sangriento ocaso,
y más allá, la alegre canción de un alba pura”.
(Antonio Machado)
rueda de vuelta a empezar;
agua llovida del cielo,
agua de dulce pasar,
agua que llevas mis sueños
en tu regazo a la mar,
agua que pasas soñando,
¡tu pasar es tu quedar!.."
(M. de Unamuno)
“El aire del huerto
orea
y ofrece mil olores al
sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro
pone olvido.”
(Fray Luis de León)
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6. Locus amoenus
“Corrientes aguas puras,
cristalinas,
árboles que os estáis
mirando en ellas,
verde prado de fresca
sombra lleno,
aves que aquí sembráis
vuestras querellas,
hiedra que por los
árboles caminas,
torciendo el paso por su
verde seno…”
(Garcilaso de la Vega)
En la modalidad de Mejor Fotografía, el ganador ha sido Pedro González Martín (de 2º Bach. B), que ha ilustrado con esta
fotografía el tópico de la vida como camino (Iter vitae):
XIII Concurso de Poesía y Relato corto Francisco Salinas
POEMA SIN NOMBRE
Iba yo en el bus,
por las sinuosas calles de un barrio fatigado.
Eso que una vez lo cubrió todo
conjuro de verdor animal
ahora mal de ojo, o de hoja
seca o verde, qué más da,
azul.
Río, bosque y mar, teñidos más bien
de gris amargor.
Me da sueño y asco
me da asco y sueño.
Duermo en tu pecho
escuchando,
el latido de la tierra,
cansado,
y envejecido.
Pero de dorada esperanza
amasada en nuestras manos.
Sueño en tus campos,
en los viejos olmos de tu orilla,
sueño contigo y en ti.
Un pequeño bache me sobresalta y
nosotros a él.
Por una carretera comarcal rodeada
de rojo, morado y blanco marfil
atraviesa en estos momentos un elefante acerado.
Ruidos en el corazón de la bestia
obligan a los pasajeros a salir a
intoxicarse de aire.
Me embriaga con su dulce suavidad,
me acaricia con su cálida voz,
el mundo dejó su timidez para llamarnos una vez más.
Y corro, y recorro,
y escapo, y destapo la verdad.
Pertenezco a este lugar; por favor,
amigos, no vengan a buscarme,
pues volví al hogar, increíble lugar
que me abraza con su perfección.
Campo de polvo de hadas,
tu hijo volvió a casa.
LA TELARAÑA
La polilla se quedó pegada a la telaraña. Por mucho que quisiera
escapar, la viscosidad era tal que sus alas se desgarraban al intentar
desprenderse. Tenía una mancha negra en una de sus alas. El pequeño insecto se
veía impotente. Sumado al silencio del desván, parecía sentirse diminuta en la
oscuridad. La viva imagen de la soledad. En realidad, no estaba sola. A su
lado, una mosca en descomposición. Se planteaba por qué había llegado allí, por
qué el destino la había condenado a una muerte irremediable. Desde que entró
por un pequeño hueco bajo la puerta de madera, había revoloteado hasta caer en
la trampa. No se había dado cuenta de que no podía volar a través de ella. Ahí
acabó: ciega, sola, triste, acabada. Le había ocurrido por descuidada. Ya no
había vuelta atrás. Aguardaba solemnemente la llegada de la araña. Sin embargo,
siempre hay que confiar en los ángeles de la guarda.
Yo también había sufrido una constricción. Pero no la de un arácnido. Quizá mi problema había sido diferente. Puede que yo sufriera lo contrario a la soledad. Puede que yo sí tuviera alternativa. Pero me sentía igual que ella: impotente, condenado, apesadumbrado. Por eso pensé que la polilla merecía una segunda oportunidad. Intenté despegar sus extremidades con una sutileza similar a la de un cirujano, tratando de dañarla lo menos posible. Se soltó. Le costó volver a batir sus alas. Cuando lo consiguió, abrí la ventana y voló libre.
Me vi reflejado en aquella polilla. Pero yo buscaba la soledad. Mi vida era como el menú de inicio de mi teléfono móvil (metáfora apropiada, nunca me abandonaba, así que conseguí mimetizarme con él), pues no paraban de llegar tareas nuevas. Tampoco me desprendía de las aplicaciones del dispositivo: mensajes que bombardeaban la tarjeta de memoria, llamadas que enturbiaban mis horas de descanso. Mi cabeza estaba sobrecargada. Delante de una pantalla de ordenador para gestionarlo todo. Calles llenas, coches, contaminación, tráfico, más coches. Te levantas, te vistes, te ves en medio de un atasco en plena hora punta. Trabajas, vas a comprar, esperas colas. Vuelves a casa, intentas descansar pero vuelve el ajetreo. Te llaman: que si puedes volver que es urgente. Frente al ordenador de nuevo. Regresas. Y vuelta a empezar. Un bucle mortal, la rutina de la urbe. Pero qué se le va a hacer, no te queda otra opción que trabajar para sobrevivir y mantener a tu familia. Y comprar algún capricho. Dicen que la felicidad está en las pequeñas cosas, ¿no? Pues yo creo que no era feliz. Intentaba convencerme de que eso no era una vida decente. ¿Qué alternativa tenía? Que me despidieran y perdiera mi casa. No lo sé. Una adicción, me hacía daño pero me aferraba a ella como un buzo a su botella de oxígeno. Me había acostumbrado a llevar una sanguijuela en mi brazo: algo normal para mí, pero me estaba dejando sin sangre. Una muerte silenciosa.
Entre tantas fábricas y tanto humo se me oscurecía el alma. Era el hollín. O el ajetreo. Nunca lo supe. Necesitaba un cambio. No podía soportar el estrés. ¿Qué hubiera hecho mi abuelo? Claro, él nunca tuvo que estar atado a mil pantallas. Los surcos y las viñas eran su Twitter. Lo recuerdo con su mono de trabajo. Su única preocupación era que el invierno no fuera muy duro para que sus cultivos no perecieran. Ni siquiera eso estaba en su mano. ¿Qué pensaría él de mi vida?
Mi difunto abuelo despegó mis alas de la ciudad. Estaba sumido en mi trabajo, aguardaba la jubilación para dejarlo todo. Simplemente me dejaba llevar por la amargura. Éramos muchos habitantes. Yo, una hormiguita que trabajaba sin parar. E igual que yo, miles de hormigas más. La tristeza se había apoderado de mí.
Muchos de mis sueños se teñían del color de las ilusiones perdidas, una oscuridad penetrante que servía como antesala de lo que estaba por acaecer. Era como si alguien quisiera decirme que no perdiera el tiempo. ¿Mi ángel de la guarda? No creo, eso no pasa en la vida real. Lo que estaba claro era que mi tiempo se esfumaba, y no era tiempo disfrutado. Todo lo que dejamos atrás es irrecuperable. Mi abuelo, aficionado a la poesía, me leía las coplas de Manrique. Por extraño que fuera, mi mente tomó una decisión, pues mi río estaba cada vez más cerca del mar sin que yo lo remediase. La vida de joven de aquel hombre trabajador me salvó.
Cuando mi abuelo me abrió la ventana, volé libre. Y decidí marcharme. Abandoné mi trabajo. Dejé el bloque de pisos donde vivía. Me despedí de mi madre. Me esperaba un rebaño de ovejas y una piara de cerditos. No sabía qué iba a ser de mí, pero ya estaba cansado. Los sucesivos enfados se habían terminado, se acabó la presión y el ajetreo. Vendí el ordenador y la televisión. El teléfono móvil lo conservé. Desde entonces no lo he vuelto a utilizar, pero nunca se sabe.
Con la azada en mi mano, la vida resultaba diferente. Los primeros días acababa muy cansado, pero poco a poco me fui dando cuenta de que nadie me obligaba a trabajar. Se respiraba tranquilidad (bueno, y aire más fresco). Por lo menos, ya no sentía el estrés de la ciudad.
Igual estoy un poco desconectado de todo, pero qué más da.
No hay aglomeraciones. Estoy tranquilo. Lo mejor de todo es que no vivo rodeado de vecinos que curiosean mi privacidad. Nadie pone la oreja en la pared como si de un estetoscopio se tratase. Otra ventaja enorme es que ya no me alimento de pesticidas. Como lo que cultivo, que además es más saludable. Me ha venido bien la soledad, sin duda. Visto en perspectiva, nunca he estado mejor. Disfruto del silencio y de la soledad. Nada me molesta.
No ha quedado rastro de mi hastío vital.
El desván de la casa escondía muchos secretos. Una gramola y unos discos de vinilo estaban tapados por una sábana oscura. Una bombona de butano servía de soporte para varias enciclopedias y unos libros de poesía cubiertos de polvo, una capa densa que denotaba antigüedad. En una esquina, la telaraña brillaba. No había sido capaz de quitarla, no quería destruir la obra artística. Nunca había visto a la araña. Decidí acercarme. Una polilla con una mancha negra en una de las alas estaba atrapada. Había regresado. La había rescatado tiempo atrás, pero sus razones tendría para volver. ¿La experiencia no le había enseñado el peligro? Igual no había querido regresar, pero era incapaz de evitarlo. La ciudad me había atrapado a mí, ¿estaría destinado a volver? ¿Sería incapaz de mantenerme en el pueblo? ¿Acaso necesitaba la urbe? ¿Volvería irremediablemente al lugar donde sentí que era esclavo de una rutina? Me fui del desván. Tomé mi móvil y lo enterré debajo de una viña. La tranquilidad no debía ser perturbada por pensamientos oscuros. No quería volver a la misma rutina, misma ciudad, misma contaminación, mismos atascos. No. La ciudad ejerce una fuerza de atracción gravitatoria sobre los cuerpos inertes que la habitan. Pero mi abuelo me había comunicado la energía necesaria para vencerla, como un cohete en busca de un mundo nuevo.
12 de mayo de 2021
Exposición: Las matemáticas en la naturaleza y el arte
DÍA MUNDIAL DE LAS MATEMÁTICAS
9 de mayo de 2021
El Rincón de la Poesía
(1926-2021)
Espera
Y tú me dices
que tienes los pechos rendidos de esperarme,
que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en vano
desde la soledad en la que tú me gritas
que sigues esperándome.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a esta deshabitada cerrazón de la carne
que apenas si tu sombra se delata,
que apenas si eres cierta
en la oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.
La clave venturosa de la vida
Recuerdo paso a paso aquel camino
de tierra oscurecida por la lluvia, con charcos
despiadados, alambradas hirsutas
en las lindes y unos chopos sin hojas
afligiendo al paisaje.
Un lugar anodino,
difuso, apenas predecible, y sin embargo
dotado de una nítida hermosura,
no por ningún expreso ornato natural
sino porque precisamente allí, hace ya tiempo,
percibí de improviso una presencia
parecida a la plenitud, ese raudo bosquejo
que irrumpe en la memoria y se incorpora
ya para siempre a los indubitables
rudimentos de la felicidad.
Sólo eso:
unos ojos pendientes de los míos,
y en ellos, descifrándose,
la clave venturosa de la vida.
3 de mayo de 2021
Exposición: Donde habita la quimera
CENTENARIO
EMILIA PARDO BAZÁN
Os invitamos a visitar la interesante exposición organizada por el departamento de Lengua y Literatura sobre Emilia Pardo Bazán, que intenta mostrar los momentos
culminantes y las dificultades que jalonaron la vida y la obra de la autora. Su
vida fue un continuo vaivén de rechazos y de sinsabores y su obra ha quedado
relegada a un injusto olvido. Esta injusticia personal y literaria no desanimó
a una escritora con una confianza absoluta en su talento creativo. Siempre supo
que lo más valioso de sus obras era la libertad interior que le proporcionaban
sus personajes. Toda su novelística es un rechazo a las prohibiciones y a las
convenciones del llamado "buen gusto literario". Dijo "no"
a los grandes críticos literarios del momento y dijo "no" a las
presiones sociales de su entorno. Descubrió que la escritura era un modo de
vivir más y nunca se cansó de buscar oportunidades para demostrar que la
literatura no tiene dueño y que sólo admite la etiqueta del talento. Siempre
vivió en la quimérica idea de que la literatura está por encima de todo.