31 de octubre de 2021

Relato de terror: La resucitada

  En esta noche de Halloween, víspera de Todos los santos, os sugerimos la lectura de un cuento de terror de Emilia Pardo Bazán (1851-1921), para cerrar el homenaje que venimos realizando de esta autora a lo largo del año de su centenario. Aunque es más conocida por sus obras realistas, también cultivó el género fantástico, como en el inquietante relato que os proponemos a continuación:

La resucitada 

 Ardían los cuatro blandones soltando gotazas de cera. Un murciélago, descolgándose de la bóveda, empezaba a describir torpes curvas en el aire. Una forma negruzca, breve, se deslizó al ras de las losas y trepó con sombría cautela por un pliegue del paño mortuorio. En el mismo instante abrió los ojos Dorotea de Guevara, yacente en el túmulo.

    Bien sabía que no estaba muerta; pero un velo de plomo, un candado de bronce le impedían ver y hablar. Oía, eso sí, y percibía -como se percibe entre sueños- lo que con ella hicieron al lavarla y amortajarla. Escuchó los gemidos de su esposo, y sintió lágrimas de sus hijos en sus mejillas blancas y yertas. Y ahora, en la soledad de la iglesia cerrada, recobraba el sentido, y le sobrecogía mayor espanto. No era pesadilla, sino realidad. 

    Allí el féretro, allí los cirios…, y ella misma envuelta en el blanco sudario, al pecho el escapulario de la Merced.

    Incorporada ya, la alegría de existir se sobrepuso a todo. Vivía. ¡Qué bueno es vivir, revivir, no caer en el pozo oscuro! En vez de ser bajada al amanecer, en hombros de criados a la cripta, volvería a su dulce hogar, y oiría el clamoreo regocijado de los que la amaban y ahora la lloraban sin consuelo. 

    La idea deliciosa de la dicha que iba a llevar a la casa hizo latir su corazón, todavía debilitado por el síncope. Sacó las piernas del ataúd, brincó al suelo, y con la rapidez suprema de los momentos críticos combinó su plan. Llamar, pedir auxilio a tales horas sería inútil. Y de esperar el amanecer en la iglesia solitaria, no era capaz; en la penumbra de la nave creía que asomaban caras fisgonas de espectros y sonaban dolientes quejumbres de ánimas en pena… Tenía otro recurso: salir por la capilla del Cristo.

    Era suya: pertenecía a su familia en patronato. Dorotea alumbraba perpetuamente, con rica lámpara de plata, a la santa imagen de Nuestro Señor de la Penitencia. Bajo la capilla se cobijaba la cripta, enterramiento de los Guevara Benavides. La alta reja se columbraba a la izquierda, afiligranada, tocada a trechos de oro rojizo, rancio. 

    Dorotea elevó desde su alma una deprecación fervorosa al Cristo. ¡Señor! ¡Que encontrase puestas las llaves! Y las palpó: allí colgaban las tres, el manojo; la de la propia verja, la de la cripta, a la cual se descendía por un caracol dentro del muro, y la tercera llave, que abría la portezuela oculta entre las tallas del retablo y daba a estrecha calleja, donde erguía su fachada infanzona el caserón de Guevara, flanqueado de torreones. Por la puerta excusada entraban los Guevara a oír misa en su capilla, sin cruzar la nave. Dorotea abrió, empujó… Estaba fuera de la iglesia, estaba libre.  


 Diez pasos hasta su morada… El palacio se alzaba silencioso, grave, como un enigma. Dorotea cogió el aldabón trémula, cual si fuese una mendiga que pide hospitalidad en una hora de desamparo. «¿Esta casa es mi casa, en efecto?», pensó, al secundar al aldabonazo firme… Al tercero, se oyó ruido dentro de la vivienda muda y solemne, envuelta en su recogimiento como en larga faldamenta de luto. Y resonó la voz de Pedralvar, el escudero, que refunfuñaba:

    -¿Quién? ¿Quién llama a estas horas, que comido le vea yo de perros?

    -Abre, Pedralvar, por tu vida… ¡Soy tu señora, soy doña Dorotea de Guevara!… ¡Abre presto!…

    -Váyase enhoramala el borracho… ¡Si salgo, a fe que lo ensarto!…

    -Soy doña Dorotea… Abre… ¿No me conoces en el habla?

    Un reniego, enronquecido por el miedo, contestó nuevamente. En vez de abrir, Pedralvar subía la escalera otra vez. La resucitada pegó dos aldabonazos más. La austera casa pareció reanimarse; el terror del escudero corrió al través de ella como un escalofrío por un espinazo. Insistía el aldabón, y en el portal se escucharon taconazos, corridas y cuchicheos.

    Rechinó, al fin, el claveteado portón entreabriendo sus dos hojas, y un chillido agudo salió de la boca sonrosada de la doncella Lucigüela, que elevaba un candelabro de plata con vela encendida, y lo dejó caer de golpe; se había encarado con su señora, la difunta, arrastrando la mortaja y mirándola de hito en hito…

    Pasado algún tiempo, recordaba Dorotea -ya vestida de acuchillado terciopelo genovés, trenzada la crencha con perlas y sentada en un sillón de almohadones, al pie del ventanal-, que también Enrique de Guevara, su esposo, chilló al reconocerla; chilló y retrocedió. No era de gozo el chillido, sino de espanto… De espanto, sí; la resucitada no lo podía dudar. Pues acaso sus hijos, doña Clara, de once años; don Félix de nueve, ¿no habían llorado de puro susto cuando vieron a su madre que retornaba de la sepultura? Y con llanto más afligido, más congojoso que el derramado al punto en que se la llevaban… ¡Ella que creía ser recibida entre exclamaciones de intensa felicidad! 

    Cierto que días después se celebró una función solemnísima en acción de gracias; cierto que se dio un fastuoso convite a los parientes y allegados; cierto, en suma, que los Guevaras hicieron cuanto cabe hacer para demostrar satisfacción por el singular e impensado suceso que les devolvía a la esposa y a la madre… 

    Pero doña Dorotea, apoyado el codo en la repisa del ventanal y la mejilla en la mano, pensaba en otras cosas.

    Desde su vuelta al palacio, disimuladamente, todos le huían. Dijérase que el soplo frío de la huesa, el hálito glacial de la cripta, flotaba alrededor de su cuerpo. Mientras comía, notaba que la mirada de los servidores, la de sus hijos, se desviaba oblicuamente de sus manos pálidas, y que cuando acercaba a sus labios secos la copa del vino, los muchachos se estremecían. ¿Acaso no les parecía natural que comiese y bebiese la gente del otro mundo? Y doña Dorotea venía de ese país misterioso que los niños sospechan aunque no lo conozcan… 

    Si las pálidas manos maternales intentaban jugar con los bucles rubios de don Félix, el chiquillo se desviaba, descolorido él a su vez, con el gesto del que evita un contacto que le cuaja la sangre. Y a la hora medrosa del anochecer, cuando parecen oscilar las largas figuras de las tapicerías, si Dorotea se cruzaba con doña Clara en el comedor del patio, la criatura, despavorida, huía al modo con que se huye de una maldita aparición…

    Por su parte, el esposo -guardando a Dorotea tanto respeto y reverencia que ponía maravilla-, no había vuelto a rodearle el fuerte brazo a la cintura… En vano la resucitada tocaba de arrebol sus mejillas, mezclaba a sus trenzas cintas y aljófares y vertía sobre su corpiño pomitos de esencias de Oriente. Al trasluz del colorete se transparentaba la amarillez cérea; alrededor del rostro persistía la forma de la toca funeral, y entre los perfumes sobresalía el vaho húmedo de los panteones. 

    Hubo un momento en que la resucitada hizo a su esposo lícita caricia; quería saber si sería rechazada. Don Enrique se dejó abrazar pasivamente; pero en sus ojos, negros y dilatados por el horror que a pesar suyo se asomaba a las ventanas del espíritu; en aquellos ojos un tiempo galanes atrevidos y lujuriosos, leyó Dorotea una frase que zumbaba dentro de su cerebro, ya invadido por rachas de demencia.

    -De donde tú has vuelto no se vuelve…

    Y tomó bien sus precauciones. El propósito debía realizarse por tal manera, que nunca se supiese nada; secreto eterno. Se procuró el manojo de llaves de la capilla y mandó fabricar otras iguales a un mozo herrero que partía con el tercio a Flandes al día siguiente. 

    Ya en poder de Dorotea las llaves de su sepulcro, salió una tarde sin ser vista, cubierta con un manto; se entró en la iglesia por la portezuela, se escondió en la capilla de Cristo, y al retirarse el sacristán cerrando el templo, Dorotea bajó lentamente a la cripta, alumbrándose con un cirio prendido en la lámpara; abrió la mohosa puerta, cerró por dentro, y se tendió, apagando antes el cirio con el pie…


Podéis encontrar más relatos de autores españoles en el libro Cuentos españoles de terror de la Editorial Oxford (disponible en la biblioteca). 


Para que paséis una noche terrorífica.

24 de octubre de 2021

Día de las Bibliotecas 2021

Diseño de la ilustradora Mayte Alvarado

Día de las Bibliotecas

Bibliotecas: leer, aprender, descubrir

  La edición de este año, bajo el lema “Bibliotecas: leer, aprender, descubrir” se centra en destacar el papel de las bibliotecas de diferente tipología como espacios libres, diversos y abiertos para el acceso a la cultura y el conocimiento, a partir de la lectura y del conjunto de recursos que permiten el aprendizaje y posibilitan el descubrimiento de otras ideas, otras personas, otras culturas y otros mundos.

Ventanas para leer          Espacios donde aprender             Lugares para descubrir

18 de octubre de 2021

El Rincón de la Poesía

MARÍA ELENA HIGUERUELO

PREMIO NACIONAL DE POESÍA JOVEN

“Miguel Hernández” 

      Os proponemos hoy la lectura de dos poemas de María Elena Higueruelo (Jaen,1994), graduada en Matemáticas y estudiante de Literaturas Comparadas. En su corta carrera ha publicado El agua y la sed (Hiperión, 2015) y Los días eternos (Rialp, 2020), obra con la que ha obtenido dos importantes premios: el Premio Adonais de Poesía 2019 y el Premio Nacional de Poesía Joven 2021.

     Disfrutad de la jovial expresividad del primer poema o sumergíos en las hondas reflexiones existenciales de su “Biografía cero”. Es una joven autora a la que le auguramos muchos éxitos y estamos seguros de que seguiremos hablando de ella.

 

BESOS POLÍGLOTAS

Primer aviso:

Voy a besarte de muchas formas;

más concretamente,


de tantas como me dé tiempo a decirte

hasta que te decidas a callarme.

Voy a besarte en verso,

y voy a besarte en prosa

para hacerte presa

sin prisas

de las comisuras de mi boca.

Voy a besarte en braille, en morse,

y en lengua de signos.

En lenguaje matemático,

que es más lógico, y es lo mío,

y en lenguaje musical,

que es más bello, y es lo tuyo.

Puede que hasta en élfico,

y ya de paso te hago un guiño.

Voy a besarte filosóficamente,

literal, y literariamente.

Voy a besarte en lenguas muertas,

pero mucho más con las vivas;

a lo europeo, a lo esquimal,

y cuidado,

que incluso puede

que te bese a lo escocés

si te despistas.

Que yo no quiero estar contigo para siempre

porque un “para siempre” siempre para.

Quiero estar contigo hasta el fin del mundo,

hasta que la vida diga basta.

Por eso, pienso besarte de todas las maneras

que se me ocurran mientras tanto.

Voy a besarte en todos los idiomas que conozco

y en los que todavía no se han inventado.

Y después de esto no vale decir

que no te he avisado,

así que ya puedes empezar a correr,

que como ves,

ya se me han ocurrido unas cuantas,

y para abrir boca

voy a empezar por la más básica.

                               

 

BIOGRAFÍA CERO

Ningún mal aquejó mi vida hasta la fecha;
no hubo guerras que asolaran la niñez,
ni en el hogar hambre o carencia.
No hubo epidemias, crueldad, ni sangre;
asomó siempre el amor en cada gesto,
sobrio, como la ternura en cada palabra.

No hubo tragedias naturales:
no arrolló el viento, no se abrió la tierra,
no clavó el agua en nuestra casa sus fauces.
No hubo traumas infantiles; por lo menos
no hubo a quien culpar de nada
—la inocencia es un apéndice
que el tiempo se encarga de herir—.

De dónde entonces la tristeza,
me pregunto, provenía si no acaso
del pecado precoz de buscar
antes de que madurase el día
el remoto origen de las cosas:
la descendencia de los hijos de Adán,
o ser el sueño de un gigante,
o integrar la ficción en la vida
y padecer en la carne tierna
la pena que nadie entiende, sufrir
en baja voz del culpable el castigo,
o llorar indefensa la pérdida
en alta mar del objeto sagrado.

Pagar deben los hijos de Occidente
con el desprecio de los hermanos
del padre la custodia; sea
esa la deuda y este el legado:
una soledad inexplicable e inmensa
que se traduce en la misma cosa
que la guerra en aquel ángel:
el mismo miedo difuso,
la misma ira repentina,
las mismas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.

5 de octubre de 2021

Con voz de mujer

DÍA DE LAS ESCRITORAS

 “Leer las edades de la vida”

“… la escritura va dando cuenta de las edades de la vida y nos permite elegirnos, recuperarnos y soñarnos entre las páginas de los libros.”

 

Marifé Santiago Bolaños,
comisaria VI edición Día de las escritoras

 

Con motivo de la celebración en este mes de octubre del Día de las escritoras, queremos reivindicar la labor realizada por las autoras españolas y contribuir a difundir sus voces. Para ello hemos hecho una selección de algunas de sus obras, dirigidas a todas las edades, tanto a adultos como a jóvenes, porque, como afirma la poeta y filósofa Marifé Santiago Bolaños, gracias a ellas siempre habrá lectores que se sueñen entre estas páginas o que revivan a través de estas historias “las edades de la vida”.

PARA LOS MÁS JÓVENES


PARA TODOS


Y NO OS PERDÁIS, JUNTO A ESTA SELECCIÓN DE TÍTULOS, LA EXPOSICIÓN DE RETRATOS DE AUTORAS ESPAÑOLAS DE VUESTROS COMPAÑEROS DE 3º ESO (EN EL VESTÍBULO DE ENTRADA AL INSTITUTO). SON UNOS VERDADEROS ARTISTAS.




Y recordad que todos los libros de la exposición están disponibles para préstamo.