Este
año inauguramos el curso recordando a Carmen Martín Gaite, con motivo de la
celebración del centenario de su nacimiento. La escritora salmantina fue una prolífica
autora, que cultivó la poesía, la novela, el ensayo y hasta el collage. Exploró temas universales como
la soledad, la memoria, las relaciones humanas, la búsqueda de identidad o la
propia literatura. Ganó premios tan importantes como el Nadal en 1975, con Entre visillos; el Premio Nacional de
Literatura en 1978 con El cuarto de atrás;
el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, en 1984; y el Príncipe de Asturias de las
Letras, en 1988.
Os invitamos a acercaros a
esta autora y para empezar os proponemos este texto en el que nos desvela cómo
fue su despertar a la literatura.
“Es muy
aventurado declarar que desde aquel día sintiera yo la
picadura de las letras, pero sí puedo decir que identifiqué el castillo de los
duques con el castillo inexpugnable de la literatura y que decidí tener
paciencia y esperar. […]
Años más tarde, cuando decidí enfrentarme a
solas con algunas lecturas que se me habían atravesado en la infancia, hubo una
temporada en que empecé a llevarme El
Quijote por las mañanas al Campo San Francisco, un recoleto parque
salmantino del que gustaba mucho don Miguel de Unamuno, y al llegar, ya muy
embriagada y divertida, a ese capítulo de los duques, que es el XXXI de la
segunda parte, me paré con sobresalto en el comienzo del segundo párrafo, donde
dice: “Cuenta, pues, la historia que antes que a la casa de placer o castillo
llegasen…” No pude continuar, se me aceleró el pulso y me nació de lo más hondo
una sonrisa secreta que nadie podía compartir. Miré alrededor. Una pareja de
novios se abrazaba en un banco cercano, sin reparar en mí; escuché la algarabía
de los pájaros escondidos sobre mi cabeza, vi los dibujos del sol en el suelo,
no pasaba nadie más. Nadie se había dado cuenta del extraño prodigio. De
repente, desde aquel mismo texto que de pequeña me había arrojado el primer
anzuelo de provocación y oscuridad, Cervantes, en persona me hacía un guiño y
me daba el espaldarazo de caballero andante de las letras al confiarme a mí
directamente, sin que ningún intermediario estorbara el mensaje, que el
castillo se identificaba con la casa de placer, esa que venía yo desde hacía
días habitando. Hasta el momento en que me consideró realmente capacitada para
entenderlo, no me lo había dicho.
Aquella mañana de
primavera, en el umbroso jardín salmantino, me sentí en posesión del talismán
soñado. De allí en adelante, podía dedicarme por mi cuenta y sin más títulos
universitarios que los que aquel placer me otorgaba, al comentario de textos.
Don Miguel de Cervantes me había cursado invitación. Personal e
intransferible”.
Carmen Martín
Gaite, El cuento de nunca acabar