Cerramos el centenario de Platero y yo, recordando una última
estampa de esta obra a la que hemos homenajeado en cada estación. Con ella recibimos
el invierno y la Navidad, con un deseo, que nadie sienta frío en el corazón, ni
ahora ni nunca.
Capítulo CXVI:
Navidad
¡La
candela en el campo!... Es tarde de Nochebuena, y un sol opaco y débil clarea
apenas en el cielo crudo, sin nubes, todo gris en vez de todo azul, con un
indefinible amarillor en el horizonte de Poniente... De pronto, salta un
estridente crujido de ramas verdes que empiezan a arder; luego, el humo
apretado, blanco como armiño, y la llama, al fin, que limpia el humo y puebla
el aire de puras lenguas momentáneas, que parecen lamerlo.
¡Oh la
llama en el viento! Espíritus rosados, amarillos, malvas, azules, se pierden no
sé dónde, taladrando un secreto cielo bajo; ¡y dejan un olor de ascua en el
frío! ¡Campo, tibio ahora, de diciembre! ¡Invierno con cariño! ¡Nochebuena de
los felices!
Las jaras vecinas se derriten. El paisaje, a
través del aire caliente, tiembla y se purifica como si fuese de cristal
errante. Y los niños del casero, que no tienen Nacimiento, se vienen alrededor
de la candela, pobres y tristes, a calentarse las manos arrecidas, y echan en
las brasas bellotas y castañas, que revientan, en un tiro.
...Camina, María,
camina José...
Yo les traigo a Platero, y se lo doy, para que jueguen con él.
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