Fotografia de Sara Santa Daría |
Este año, el X Concurso de Relato Corto Francisco Salinas ha tenido como tema central "El agua".
David López Díaz, de 2º ESO B, ha sido el ganador con este desasosegante relato, que os invitamos a disfrutar.
Te levantas, sucio y desarreglado, con ojos que tratan de ignorar la
aurora. Recuerdas tenuemente las palabras que te acosaban en el ensueño. Al
sentarte sobre tu desteñida cama, te frotas las rodillas con falso ánimo. Miras
cómo el reloj electrónico que tienes en la cómoda marca las 7:45 a.m.
Vas al baño y te cepillas tu amarillenta dentadura. El agua ávida
corre con exceso de energía. Alzas tu mirada al espejo y ves un ser senil con
un rostro lívido presente de tímidas arrugas. Caminando de vuelta a tu
dormitorio, ves cómo anoche —mientras adormecías— dejaste caer tu lectura debajo
de la cama. Pero debido a tu abulia, consecuencia de tu desgastado cuerpo a
causa de la edad, ignoras la presencia del libro allí debajo.
“Allí debajo reside lo humilde…”
Llega a tu mente una frase dicha por tu antigua compañía.
“Sin embargo… nadie es capaz de descender lo suficiente”
La frase termina de ser recordada por ti y la ignoras con cierta
intranquilidad.
Te diriges a tu salón, ves que el reloj de pared marca las ocho en
punto, te sientas en el sofá y enciendes vagamente el televisor. Tu desgraciado
resabio de ver televisión por las mañanas antes de ducharte y el oprobio que
deseas desgarrar con la poca voluntad que te queda te llevan a cambiar los
canales con desgana. Te topas con concursos televisivos que te quitan la
ilusión, con telenovelas mal escritas y con noticieros cuya información te
resulta dudosa y de fácil consumo.
Te quedas en estado trémulo por una imagen que te cautiva, con cierto
sentimiento de espantajo al verla en la televisión. Se trata de un pequeño y
delgado cuerpo negro tirado en un árido suelo. Un cuerpo que alguna vez
perteneció a una conciencia infantil y cuya muerte fue causada por la ausencia
de ese elemento vital para sobrevivir: el agua. Te atemoriza el hecho de que un
ser abandonara la lucha por vivir a tan temprana edad. Piensas en cómo has sido
ingrato con el tiempo, ya que siempre te pareció que la muerte te llegaría de
una forma sórdida gracias a él. Recuerdas los reproches que te hacía tu antigua
compañía respecto a tu falta de sagacidad hacia la subsistencia y el tránsito a
su fin.
Los temas que tratas de discurrir para llegar a una verdad última que
te deje en sosiego han sido interrumpidos por unos molestos sonidos
provenientes del interior de las paredes de tu casa. Te levantas débilmente y
pegas tu oreja a la endeble pared. Descubres que esos irritantes sonidos son
causados por las tuberías. Tratas de ignorarlos, acometerlos, pero a cada
segundo que pasa el crujido que producen las tuberías, acompañado del “tic-tac”
de las manecillas del reloj, se vuelve más violento. Te tornas convulso hacia
la locura repentina.
“Solo se puede llegar allí por medio de grietas difíciles de aceptar”,
solía decirte tu antigua compañía.
Piensas en abrir una grieta en la pared y acabar con el sonido.
Primero es el sucio televisor; lo coges y lo utilizas como arma para
tu obstáculo: la pared. Al estar formado de materiales endebles es incapaz de
romperla por completo. Pero abruptamente tienes en cuenta el martillo que
guardas en el mueble que solía sostener la televisión. Tu segunda arma: un
desgastado martillo; lo sostienes con colérica demencia.
Consigues abrir una grieta que deja entrever las tuberías. Tus golpes
percuten en el objeto que te ha llevado a consumar este demente acto. Tus
sudadas y sangradas manos deslizan el martillo causando su caída.
No has logrado poner fin al irritante crujido de las tuberías, pero
ahora de sus aberturas corre una bella sustancia diáfana llamada agua.
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