Silenciosamente observas
cómo las gotas de agua caen sobre el alféizar y mojan todo lo que tienen cerca,
mas no haces el mínimo amago por cambiar tus libros de lugar. Quizá si se
mojan, se desdibujen las palabras que contienen y se mezclen las letras,
creando nuevas combinaciones carentes de significado lógico. Así, al día
siguiente podrías crear nuevas formas con los restos que queden de las hojas,
dibujando flores con nombres de personajes que deberías aprenderte o creando
rostros utilizando la tinta esparcida. Siempre fuiste capaz de transformar lo
que otros consideraban destrozos, de arreglar lo roto para proporcionarle una
belleza de la que carecería en otras manos.
Observas hasta el mínimo
detalle a través de tu ventana, desde los niños del parque que corren para
intentar resguardarse de la lluvia, hasta el anciano sentado en el porche de su
casa, disfrutando del sonido de las gotas al caer. Siempre te ha parecido
curioso cómo el paso de los años hacía que las personas apreciaran más los breves
momentos como estos. Para un niño, una tormenta era un final de juego. La
lluvia entorpecía sus pasos, les provocaba dificultad para jugar como hacían
normalmente, pero más que nada era una señal de “me van a castigar si llego a
casa empapado”. Para otros, la lluvia era un momento de enajenación, una pausa
en sus vidas para contemplar el fenómeno atmosférico donde observaban el flujo
del agua caer sobre sus vidas, limpiando cualquier signo de malestar para
llevárselo consigo al mar.
La lluvia siempre ha sido
para muchos una forma de purificación, un baño de lágrimas que, una vez
comienza, sólo termina con una serenidad en el pecho, difícil de encontrar de
otra forma. Las gotas borran cada preocupación, cada mancha de suciedad que
marca a la ajetreada ciudad, para dejarla con un olor a frescura y novedad.
Cuando la lluvia cesa, los
niños vuelven a salir y, aunque los columpios están mojados, ellos se las
arreglan para jugar entre ellos, bajo la atenta mirada del anciano aún sentado
en el exterior. Se te pasan por la cabeza miles de cosas en las que podría
estar pensando cuando le ves sonreír. ¿Se estará acordando de su propia
infancia? La lluvia es, sin duda, un arma de doble filo. Puede evocarte
recuerdos, pero si estos no son buenos, va a obligarte a recordarlos cada vez
que te inunde su sonido. Pero la sonrisa del hombre tiene un matiz de
nostalgia, de felicidad. ¿Acaso aquellas gotas, además de moléculas, contienen
memorias preciadas para él? Quizá le recuerden a un momento de felicidad en su
juventud, a un baile bajo la lluvia, a un beso vaporoso que se funde con cada
gota que cae. La lluvia, como un gato en un arenal, deja su huella allá donde
caiga.
Sin embargo, aquella
atmósfera en la que se veía sumido el paisaje frente a ti cambia radicalmente
con el sonido de un trueno y una farola al romperse. Los niños, antes con unas
sonrisas de gozo, manifiestan una expresión de susto y vuelven a refugiarse en
sus casas. ¿Acaso la tormenta sólo era divertida si llovía? ¿Acaso lo único
agradable era la tranquilizante lluvia y no el grito de luz que se revelaba en
el cielo? El anciano, quien había tenido una expresión de tranquilidad durante
toda la escena, se refugia en su casa, mirando con miedo las farolas más
cercanas a él. ¿Por qué asustan tanto las roturas?
Tomas tu chaqueta y bajas,
introduciéndote en la escena que habías estado observando sigilosamente. Te
acercas a la farola rota y adviertes las miles de piezas en las que se ha
convertido, cada una reflejando una parte del parque. Un trozo de cristal refleja
los columpios, otro refleja las escaleras que llevan a la zona de bancos,
mientras otro refleja una imagen borrosa de tu casa, debido al barro que llena
el suelo sobre el cual están las piezas de la farola. Tu mente no puede evitar
divagar. ¿Acaso, después de tantos años alumbrando el parque cada noche, una
rotura ha causado tanto rechazo en los que se dejaban alumbrar durante tantos
años por esa vieja farola? La pena te inunda mientras tomas una a una las
piezas que se han caído, ya que hay algunas que han soportado la rotura y
siguen unidas, intentando expandir los rayos de luz que contienen en su
interior a pesar de las fisuras. Cada trozo lleva grabado el paso del tiempo,
el soportar tormenta tras tormenta para poder iluminar a aquellos que con un simple
estallido han dejado de admirarla.
Te parece curioso cómo una
simple rotura provoca que las cosas sean percibidas como inservibles, cuando en
realidad solamente cambia su uso o su imagen. ¿Qué importaba si los cristales
de la farola estaban rotos si aún podía alumbrar la calle? Sólo había cambiado
su aspecto, entonces, ¿por qué se alejaron todos de ella si seguía haciendo su
trabajo correctamente? Roto no tenía por qué ser sinónimo de horrible, de
miedo. Escudriñaste un trozo de cristal, pensando en miles de formas en que te
parecía valioso, una pieza preciosa. Ese trozo de cristal pertenecía a una
farola, una farola que está en un camino que recorrieron miles de personas
antes. Piensas en todas las posibilidades, en todas las escenas e historias que
podría haber presenciado esa misma pieza antes de convertirse en un trozo de
cristal roto, infravalorado. Cada trozo caído tiene una historia que se acaba
de perder en una tormenta de destrozos olvidados. Olvidados en un mar de
minúsculas gotas que inundan la ciudad.
La esencia para ti reside
en ese cambio abrupto que se produce, ya que muestra la fragilidad que se ha
ido adoptando por el camino. Porque incluso la tormenta pasa por un proceso que
la lleva desde lejanos mares hasta pequeñas ciudades. Esos pasos son los que
permiten la ruptura, la cual más que un cambio desagradable es tan solo un paso
más que uno debe abordar.
y para agradecer a los participantes su implicación en esta edición.
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