Fotografía de Sara Santa Daría |
Desde aquí, damos las gracias a todos los participantes y os brindamos a continuación las obras premiadas en ambas categorías, para que todos podáis
disfrutar de su lectura.
En la modalidad de
Poesía, la ganadora ha sido Selenny Gonzalez Miliano, de 3º ESO C:
CON EL PASO DEL TIEMPO
crecí
con el tiempo;
yo
ya estaba destinado,
ya
estaba en proceso.
Terminaron
de construirme
y a la venta me pusieron;
una
pareja joven
me
pagó con su gran sueldo,
y
dentro de mí vi que el amor
son
dos personas
con
un misma opinión;
aprendí
qué era querer,
aprendí
qué era ser.
Un
día me rompí; un poco de cemento:
ya
empezaban a salir mis defectos,
pero
con el paso del tiempo,
me
pusieron bien coqueto.
Una
persona pequeña
empezó
a vivir en sus adentros;
crecía
poco a poco,
era
extraño como un coco;
le
vi llorar noches,
le
vi reír días,
pero
con el paso del tiempo
se
encontró a una amiga.
Que
productiva es la vida,
que
poco la queremos,
no
nos gusta valorar
lo
que realmente tenemos,
solo
nos gusta valorar
cuando
ya no tenemos.
Yo
era una preciosa casa.
Con
mis grandes cimientos
he
visto crecer una familia,
con
el paso del tiempo
todo
llega más adentro,
llega
la muerte y la soledad
una
casa vacía, tralara,
una
historia por adivinar;
ahora
me siento mal,
en
mi cuarto nadie está,
en
la cama nadie salta
y
a nadie veo bailar.
El
paso del tiempo
me
dejó bonitos recuerdos:
ahora
soy una simple casa,
antes
era un humilde hogar,
una
casa abandonada
donde
nadie sabe
qué
es realmente la felicidad.
En la modalidad de Relato corto, el
ganador ha sido David López Díaz de 3º ESO C:
Memorias asfixiantes
14 de enero de 2002
Una mujer parturienta puja con un dolor eléctrico una criatura que se deja salir en manos de la enfermera,
la cual señala sorprendida lo impávida que ha salido la niña. La madre oculta inútilmente su rostro mohíno con una débil sonrisa
que se disipa para convertirse en un grotesco
llanto. Coge a la niña en brazos, le besa la cabeza pero, debido a lo delicada de esta, la niña imita la tristeza de la madre, sólo que este segundo llanto se presenta más
irritante y agotador de escuchar.
18 de noviembre de 2005
Ella pasó sus días de juventud en una prisión escondida tras una estructura que prometía un acercamiento con un ser divino. Sus padres, y una parte de ella que heredó por su crianza retrógrada, firmaron los papeles de su sentencia en un (en palabras de su director)
reformatorio cuya finalidad
era orientar los deseos desviados, a causa de una íntima
amiga que tuvo en el último año de instituto. Su rutina en aquel lugar
era una sucesión
de pruebas que pretendían curar una enfermedad
sin pruebas sólidas que afirmaran
aquel título. Lo peor fue, en sus internas palabras,
ver a las otras víctimas de aquellas torturas,
al igual que ella, perder su sentido
de identidad, una carga que tuvieron
que llevar toda la vida arrastrándolas a un destino
poco prometedor de salud mental. Hoy, casada con un hombre indiferente a su dolor y habiendo dado a luz una tierna criatura,
es una mujer de 34 años que acalla su depresión en la burbuja que ofrecen los inhibidores de la MAO. Esta mañana ignoraría consumir su dosis diaria cansada de sentirse
en un cuerpo que no le pertenecía, le dejaría su hija a su madre,
la cual se encontraba profundamente arrepentida por haberle
dado tan traumática juventud,
y se quedaría sola en casa aprovechando el viaje de trabajo de su esposo.
Ahora se encuentra
en su habitación, bajo el efecto de una cantidad
casi excesiva de antidepresivos que tomó con la finalidad de suavizar el acto que planea cometer, con uno de los cinturones de su marido amarrado con firmeza alrededor
de su cuello. Sus venas, que circulan
por su lívido cuello, se han visto interrumpidas por una presión
que las acentúa en palpitaciones purpúreas restringiendo la entrada
de oxígeno con el fin de desprenderse de aquella diáfana
burbuja en la que se encuentra y olvidar el doliente cuerpo
que oculta.
12 de septiembre de 2018
Una madre suicida y un estrés irrefrenable impulsan a una chica de 16 años de edad a escribir
un diario en el que canaliza sus agobiantes y asfixiantes
preocupaciones.
Fragmentos de “Diario de una abúlica”
12 de septiembre de 2018
Tal vez te preguntes
el porqué de llamar a mi diario “Diario de una abúlica”;
la respuesta es que no puedo hacer nada significativo por mí misma (la escritura de este diario no es algo significativo). La verdad es que últimamente mi autoestima ha estado por los suelos, enterrada por la vergüenza de aceptar la posibilidad de que, bajo esa capa de supuesto
optimismo, el creer en uno mismo oculte
una egolatría sórdida
y penosa. Pero también pienso en
la posibilidad de que esa voz que me odia (o sea mi propia voz interna
de desprecio contra mi persona)
sea la proyección de un egocentrismo
aterradoramente agotador y multiforme que me atrapa en mi conciencia intoxicada por el odio contradictorio a la egolatría
que encuentro en la alta autoestima.
Pero el hecho de ser consciente de estos problemas, que me señalo con lo poco que me queda de esperanza
por el cambio, no significa
el triunfo sobre estos. No es como en los libros o películas donde los protagonistas, al darse cuenta de sus demonios internos,
los combaten con todas
las fuerzas y terminan victoriosos. No hay victoria
para estos problemas,
sólo un cambio de perspectiva, del cual tengo dudas sobre su utilidad.
Bueno, dicho todo esto, he cumplido
con mi pretencioso objetivo: usar este diario como basurero de mis agotadores pensamientos para que sus presencias
sean menos agobiantes.
8 de diciembre de 2018
No sé cómo empezó este sentimiento, esta abulia, estos
pensamientos controladores y frenéticos. Tal vez siempre estuvieron allí, como una enfermedad que va creciendo y que te la descubren
demasiado tarde para hacer algo al respecto.
Ese estado mental, en el que me sumerjo en una uróboros de dolor autoinfligido, enfermizo y patético que me incapacita para hacer cualquier
acción de mi agrado, lo llamo sadismo
psicológico. Porque hay algo en ello, en aquel solipsismo
negativo, por perverso
que suene, que me atrae sádicamente para que vuelva repetidamente una y otra vez en un injustificado ciclo vicioso. Bueno, tal vez sea más simple que eso, pero no puedo evitar percibirlo de aquella forma. En todo lo que va de diario, no he hablado de mi madre, ella sí tendría justificación para tener estos pensamientos; no es que haya tenido la mejor vida, pero ahora la veo mejor que
antes. Cuando yo era pequeña,
trató de quitarse
la vida, pero falló estrepitosamente; se intentó asfixiar
con un cinturón, pero el apretón no la mató, en
cambio, le estropeó
las cuerdas vocales
(algo que le dolió porque
solía ser una buena cantante
de country) y ahora tiene que hablar por un
ordenador. Después pasó mucho tiempo sufriendo
en silencio, pero todo mejoró para ella cuando se separó de mi padre (no es que él fuera mala persona, pero la verdad es que
no se casaron porque lo desearan del todo. Fue algo más como
seguir una tradición) y encontró a Ruth,
la persona que le ha estado alegrando
los días. Ruth era mucho más joven que ella cuando la conoció, pero, lo que es de extrañar en una persona de 27 años con un
futuro por delante, atendió a mi madre muy bien y ahora están felizmente casadas. Vaya, qué bien sienta hablar de otras personas (tal cual como un
diario normal).
25 de enero de 2019
Se suponía que debía escribir
un relato para un trabajo
de literatura cuyo título fuera “La puerta roja”, pero, como es de esperar,
el resultado me ha dado dolor de cabeza. La verdad es que, desde que he escrito este diario y al haber fallado en este pequeño
trabajo, me he dado cuenta de que mis
pensamientos agobiantes ya no me ahogan como antes, de hecho puedo ver un poco de humor en ellos. No digo que esta sea la solución
última, pero tal vez funciona como un fármaco muy bueno. El
escrito se lo enseñé a mi madre, le
ha gustado, le ha hecho mucha gracia y me reí con ella. Si lo miras en diferente
perspectiva el relato tiene un humor algo retorcido, como si te hablara una paranoica. Mi madre lee mucho, su libro favorito
es Hamlet pero siempre que me habla de libros, con esa voz robótica tan particular (siempre se compara con Roger Ebert, también es apasionada por el cine), menciona más En busca del tiempo perdido, un libro que la ayudó mucho tras el accidente.
La puerta
roja
Me encontraba allí ensimismada,
atrapada en un eco silencioso del pensamiento que retumbaba solo para mí, cuestionando dubitativa sobre lo que se encontraría
tras aquella puerta roja que acaparaba toda mi atención.
Por breves momentos,
no existía nada más que su hipnótica presencia. Perdí toda noción
de los materiales que la componían y de la estructura que la rodeaba excusando su existencia; sólo llegaba
a comprender la verosimilitud de su aspecto liso y sin deterioros, que arruinaban su contemplación debido al olor que emanaba
la rojiza pintura fresca que la disfrazaba
salvándola de toda comparación con su competencia. La imagen de la puerta se extendió
dejándome apreciar el verdoso pasto recién podado, apestoso a ese típico olor a podadora de tres años de uso, que contrastaba con los pequeños
círculos de tinta malva que exornaban a las florecientes rosas blancas que crecían
en él. Una súbita ola de pensamiento llegó eufórica, interrumpiendo mi observación, argumentando contra
mi actitud y expresión ante ello. Le di la razón comprendiendo lo inútil que era aquello
de perderse explicando con pedantería la búsqueda de significado en aquel inanimado
objeto. Porque, seamos honestos,
qué era exactamente lo que esperaba que ocultara aquella
puerta roja más que personas,
con sus propios pensamientos
innecesariamente asfixiantes como los míos, que vivían
por inercia, esperando que algo catártico
llegara para que justificara su aclamado esfuerzo,
que derivó, paradójicamente, en la concentración de otro tipo de esfuerzo
más abstracto ligado al aguantar
del porvenir de los días y a demostrar el valor de los ayeres. Y no es que yo tenga la noción de estar por encima de eso por ser consciente
de ello; todos llegamos a divisar aquel sin sentido,
y nos envuelve la locura que conlleva, y tratamos de ridiculizarlo para que sea un concepto
más fácil de lidiar. ¿Pero qué es lo que trato de explicarte? Tal vez ya me hayas entendido o estés confusa o confuso debido a lo cansino que te parecen estos pensamientos que, créeme, detesto en igual medida que tú. Creo que estoy intentando compartir
algo que sé que está ahí, pero que no puedo asegurar
su existencia sin que alguien externo (tú) confirme que es algo común en todos los seres con conciencia. ¿Alguna vez has sentido ese miedo, ese picor en la nuca, esa pequeña revelación de que no puedes
escapar de tu condición, no sólo como cuerpo cuyas células mueren cada ciertos
años y se regeneran hasta que tienen que parar o son interrumpidas
en su proceso natural por una causa
externa llevada a cabo posiblemente por otro cuerpo
lleno de las mismas condenadas células o por un objeto
en el momento inadecuado o un desastre
natural venido sin saber la específica razón del por qué o por tu propia voluntad
alimentada por la desesperanza que despertó un pequeño fallo irremediable en tu racionalidad no entendido por el miedo a aceptar que existe la posibilidad de que sea teóricamente factible aquel acto,
sino como ser con una conciencia egocéntrica incapaz de entender
otra conciencia como entiende la suya? Ese horror que consiste en saber que estás completamente solo o sola en tu pequeño mundo compuesto por pensamientos cuyo orden es extrañamente no cronológico y cuya explicación
a otra persona es un proceso desgraciadamente patético y frustrante. ¿Te has preguntado esto alguna vez? ¿Estoy sola en ello? Ahora me formulo más preguntas
que cuestionan el sentido de este discurso
mal planteado: ¿Quién eres tú? ¿Qué factores
han llevado a que hayas podido
encontrar esto y haberlo leído?
¿Concuerdas con este sentimiento cuya explicación en palabras, en mi parecer, es absurda debido
a la supuesta
limitación que encuentro en ellas aceptando que puedo estar equivocada y que todo este titubeo
solo sea un delirio mío? ¿Cuál fue el sentido
de escribir este texto asfixiado por mis titubeos
delirantes? De lo único que puedo tener certidumbre es del hecho de que todo este palabrerío no fue nada más que una mísera
pérdida de tiempo.
22 de febrero de 2019
Mi madre se ha suicidado. Fue ayer por la tarde, saltó por la ventana del departamento que tenía con Ruth. Cuando le informaron
a mi padre por teléfono supe que, por sus sollozos, mi madre lo había hecho.
Ella y mi padre, a pesar de la ruptura,
se llevaban muy bien. La notica le dolió
profundamente, lo ha dejado con un horrible
estupor. Ahora está con Ruth en la funeraria. Según oí decir a Ruth, ellas dos habían tenido una dura discusión y Ruth se había largado,
harta del casi permanente caos, a dar un paseo. Mi madre llevaba más de una semana sin tomar su medicación, lo cual, al principio, no le resultó
raro a su pareja ya que algunas
veces mi madre
se negaba a tomar su dosis diaria
por la mañana y después, irónicamente, por la noche, se tomaba unas cuantas pastillas (algunas veces más de la dosis requerida). Esto le preocupaba
mucho a Ruth, pero lo habían
ido controlando hasta ayer. No he llorado, no tengo recuerdo
alguno de haber llorado en mi vida. No porque no me apenara, la noticia me ha hecho mucho daño pero por la superficie no se nota por mi inexpresivo rostro.
Pero no culpo a mi madre por el dolor que siento en mis entrañas (¿por qué siempre el dolor se sitúa allí?). Todos los padres te van a hacer daño,
conscientes o inconscientes de ello,
en menor o mayor medida. Pero eso no los convierte
en malos padres (por lo menos algunos, dependiendo del grado de conciencia que tengan sobre el daño y las consecuencias del mismo), los convierte en personas con sus defectos
que muchas veces no dejan ver y ser asimilados (respectivamente como los defectos que tu cargas y por los que te culpabilizas). Y esa noción
te ayuda a entenderlos y a amarlos. Respecto
a lo secas que deben de estar
mis pupilas, recuerdo
que en mi cumpleaños mi madre me contó la forma en la que yo había
nacido (no es el mejor regalo de cumpleaños, pero ahora la información me ha ayudado).
Me dijo que salí de su entrepierna en un parsimonioso silencio, como si mi mente
prematura hubiera estado
concentrada en algo más y se hubiera perdido su propio nacimiento, y sin llorar. Me recalcó emotiva
que ella fue la primera
en llorar (no paraba de repetirlo) y que yo le seguí con mi primer, y tal vez único, llanto. Fue como si hubiésemos
tenido una incorpórea
conexión, a través de un sentimiento contradictorio entre tristeza y júbilo, de madre e hija. La verdad es que quisiera
llorar, sería un buen desahogo (tal vez esa sea la razón por la que tenga retenidos todos estos pensamientos asfixiantes). Ojalá ella estuviera aquí,
a mi lado, con su particular rostro
que denotaba una perplejidad ante los sentimientos que exponía y regalaba a los demás, llorando conmigo
en silencio.
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