24 de mayo de 2019

XI Concurso de Poesía y Relato corto Francisco Salinas

Fotografía de Sara Santa Daría
Este año, el XI Concurso de Poesía y Relato corto Francisco Salinas ha tenido como tema central "El tiempo". 
Desde aquí, damos las gracias a todos los participantes y os brindamos a continuación las obras premiadas en ambas categorías, para que todos podáis disfrutar de su lectura.

En la modalidad de Poesía, la ganadora ha sido Selenny Gonzalez Miliano, de 3º ESO C:

CON EL PASO DEL TIEMPO

 Empecé a ser ladrillo,
crecí con el tiempo; 
yo ya estaba destinado,
ya estaba en proceso.
Terminaron de construirme
 y a la venta me pusieron;
una pareja joven
me pagó con su gran sueldo,
y dentro de mí vi que el amor
son dos personas
con un misma opinión;
aprendí qué era querer,
aprendí qué era ser.
Un día me rompí; un poco de cemento:
ya empezaban a salir mis defectos,
pero con el paso del tiempo,
me pusieron bien coqueto.
Una persona pequeña
empezó a vivir en sus adentros;
crecía poco a poco,
era extraño como un coco;
le vi llorar noches,
le vi reír días,
pero con el paso del tiempo
se encontró a una amiga.
Que productiva es la vida,
que poco la queremos,
no nos gusta valorar
lo que realmente tenemos,
solo nos gusta valorar
cuando ya no tenemos.
Yo era una preciosa casa.
Con mis grandes cimientos
he visto crecer una familia,
he visto lo que realmente es la vida;
con el paso del tiempo
todo llega más adentro,
llega la muerte y la soledad
una casa vacía, tralara,
una historia por adivinar;
ahora me siento mal,
en mi cuarto nadie está,
en la cama nadie salta
y a nadie veo bailar.
El paso del tiempo
me dejó bonitos recuerdos:
ahora soy una simple casa,
antes era un humilde hogar,
una casa abandonada
donde nadie sabe
qué es realmente la felicidad.                                                 

En la modalidad de Relato corto, el ganador ha sido David López Díaz de 3º ESO C:

Memorias asfixiantes

 Fragmentos olvidados al pasar del tiempo

14 de enero de 2002

Una mujer parturienta puja con un dolor eléctrico una criatura que se deja salir en manos de la enfermera, la cual señala sorprendida lo impávida que ha salido la niña. La madre oculta inútilmente su rostro mohíno con una débil sonrisa que se disipa para convertirse en un grotesco llanto. Coge a la niña en brazos, le besa la cabeza pero, debido a lo delicada de esta, la niña imita la tristeza de la madre, sólo que este segundo llanto se presenta más irritante y agotador de escuchar.


18 de noviembre de 2005

Ella pasó sus días de juventud en una prisión escondida tras una estructura que prometía un acercamiento con un ser divino. Sus padres, y una parte de ella que heredó por su crianza retrógrada, firmaron los papeles de su sentencia en un (en palabras de su director) reformatorio cuya finalidad era orientar los deseos desviados, a causa de una íntima amiga que tuvo en el último año de instituto. Su rutina en aquel lugar era una sucesión de pruebas que pretendían curar una enfermedad sin pruebas sólidas que afirmaran aquel título. Lo peor fue, en sus internas palabras, ver a las otras víctimas de aquellas torturas, al igual que ella, perder su sentido de identidad, una carga que tuvieron que llevar toda la vida arrastrándolas a un destino poco prometedor de salud mental. Hoy, casada con un hombre indiferente a su dolor y habiendo dado a luz una tierna criatura, es una mujer de 34 años que acalla su depresión en la burbuja que ofrecen los inhibidores de la MAO. Esta mañana ignoraría consumir su dosis diaria cansada de sentirse en un cuerpo que no le pertenecía, le dejaría su hija a su madre, la cual se encontraba profundamente arrepentida por haberle dado tan traumática juventud, y se quedaría sola en casa aprovechando el viaje de trabajo de su esposo. Ahora se encuentra en su habitación, bajo el efecto de una cantidad casi excesiva de antidepresivos que tomó con la finalidad de suavizar el acto que planea cometer, con uno de los cinturones de su marido amarrado con firmeza alrededor de su cuello. Sus venas, que circulan por su lívido cuello, se han visto interrumpidas por una presión que las acentúa en palpitaciones purpúreas restringiendo la entrada de oxígeno con el fin de desprenderse de aquella diáfana burbuja en la que se encuentra y olvidar el doliente cuerpo que oculta.


12 de septiembre de 2018

Una madre suicida y un estrés irrefrenable impulsan a una chica de 16 años de edad a escribir un diario en el que canaliza sus agobiantes y asfixiantes preocupaciones.

Fragmentos de “Diario de una abúlica”

12 de septiembre de 2018

Tal vez te preguntes el porqué de llamar a mi diario “Diario de una abúlica”; la respuesta es que no puedo hacer nada significativo por misma (la escritura de este diario no es algo significativo). La verdad es que últimamente mi autoestima ha estado por los suelos, enterrada por la vergüenza de aceptar la posibilidad de que, bajo esa capa de supuesto optimismo, el creer en uno mismo oculte una egolatría sórdida y penosa. Pero también pienso en la posibilidad de que esa voz que me odia (o sea mi propia voz interna de desprecio contra mi persona) sea la proyección de un egocentrismo aterradoramente agotador y multiforme que me atrapa en mi conciencia intoxicada por el odio contradictorio a la egolatría que encuentro en la alta autoestima. Pero el hecho de ser consciente de estos problemas, que me señalo con lo poco que me queda de esperanza por el cambio, no significa el triunfo sobre estos. No es como en los libros o películas donde los protagonistas, al darse cuenta de sus demonios internos, los combaten con todas las fuerzas y terminan victoriosos. No hay victoria para estos problemas, sólo un cambio de perspectiva, del cual tengo dudas sobre su utilidad. Bueno, dicho todo esto, he cumplido con mi pretencioso objetivo: usar este diario como basurero de mis agotadores pensamientos para que sus presencias sean menos agobiantes.


8 de diciembre de 2018

No cómo empezó este sentimiento, esta abulia, estos pensamientos controladores y frenéticos. Tal vez siempre estuvieron allí, como una enfermedad que va creciendo y que te la descubren demasiado tarde para hacer algo al respecto. Ese estado mental, en el que me sumerjo en una uróboros de dolor autoinfligido, enfermizo y patético que me incapacita para hacer cualquier acción de mi agrado, lo llamo sadismo psicológico. Porque hay algo en ello, en aquel solipsismo negativo, por perverso que suene, que me atrae sádicamente para que vuelva repetidamente una y otra vez en un injustificado ciclo vicioso. Bueno, tal vez sea más simple que eso, pero no puedo evitar percibirlo de aquella forma. En todo lo que va de diario, no he hablado de mi madre, ella tendría justificación para tener estos pensamientos; no es que haya tenido la mejor vida, pero ahora la veo mejor que antes. Cuando yo era pequeña, trató de quitarse la vida, pero falló estrepitosamente; se intentó asfixiar con un cinturón, pero el apretón no la mató, en cambio, le estropeó las cuerdas vocales (algo que le dolió porque solía ser una buena cantante de country) y ahora tiene que hablar por un ordenador. Después pasó mucho tiempo sufriendo en silencio, pero todo mejoró para ella cuando se separó de mi padre (no es que él fuera mala persona, pero la verdad es que no se casaron porque lo desearan del todo. Fue algo más como seguir una tradición) y encontró a Ruth, la persona que le ha estado alegrando los días. Ruth era mucho más joven que ella cuando la conoció, pero, lo que es de extrañar en una persona de 27 años con un futuro por delante, atendió a mi madre muy bien y ahora están felizmente casadas. Vaya, qué bien sienta hablar de otras personas (tal cual como un diario normal).

25 de enero de 2019

Se suponía que debía escribir un relato para un trabajo de literatura cuyo título fuera “La puerta roja”, pero, como es de esperar, el resultado me ha dado dolor de cabeza. La verdad es que, desde que he escrito este diario y al haber fallado en este pequeño trabajo, me he dado cuenta de que mis pensamientos agobiantes ya no me ahogan como antes, de hecho puedo ver un poco de humor en ellos. No digo que esta sea la solución última, pero tal vez funciona como un fármaco muy bueno. El escrito se lo enseñé a mi madre, le ha gustado, le ha hecho mucha gracia y me reí con ella. Si lo miras en diferente perspectiva el relato tiene un humor algo retorcido, como si te hablara una paranoica. Mi madre lee mucho, su libro favorito es Hamlet pero siempre que me habla de libros, con esa voz robótica tan particular (siempre se compara con Roger Ebert, también es apasionada por el cine), menciona más En busca del tiempo perdido, un libro que la ayudó mucho tras el accidente.

La puerta roja

Me encontraba allí ensimismada, atrapada en un eco silencioso del pensamiento que retumbaba solo para mí, cuestionando dubitativa sobre lo que se encontraría tras aquella puerta roja que acaparaba toda mi atención. Por breves momentos, no existía nada más que su hipnótica presencia. Perdí toda noción de los materiales que la componían y de la estructura que la rodeaba excusando su existencia; sólo llegaba a comprender la verosimilitud de su aspecto liso y sin deterioros, que arruinaban su contemplación debido al olor que emanaba la rojiza pintura fresca que la disfrazaba salvándola de toda comparación con su competencia. La imagen de la puerta se extendió dejándome apreciar el verdoso pasto recién podado, apestoso a ese típico olor a podadora de tres años de uso, que contrastaba con los pequeños círculos de tinta malva que exornaban a las florecientes rosas blancas que crecían en él. Una súbita ola de pensamiento llegó eufórica, interrumpiendo mi observación, argumentando contra mi actitud y expresión ante ello. Le di la razón comprendiendo lo inútil que era aquello de perderse explicando con pedantería la búsqueda de significado en aquel inanimado objeto. Porque, seamos honestos, qué era exactamente lo que esperaba que ocultara aquella puerta roja más que personas, con sus propios pensamientos innecesariamente asfixiantes como los míos, que vivían por inercia, esperando que algo catártico llegara para que justificara su aclamado esfuerzo, que derivó, paradójicamente, en la concentración de otro tipo de esfuerzo más abstracto ligado al aguantar del porvenir de los días y a demostrar el valor de los ayeres. Y no es que yo tenga la noción de estar por encima de eso por ser consciente de ello; todos llegamos a divisar aquel sin sentido, y nos envuelve la locura que conlleva, y tratamos de ridiculizarlo para que sea un concepto más fácil de lidiar. ¿Pero qué es lo que trato de explicarte? Tal vez ya me hayas entendido o estés confusa o confuso debido a lo cansino que te parecen estos pensamientos que, créeme, detesto en igual medida que tú. Creo que estoy intentando compartir algo que que está ahí, pero que no puedo asegurar su existencia sin que alguien externo (tú) confirme que es algo común en todos los seres con conciencia. ¿Alguna vez has sentido ese miedo, ese picor en la nuca, esa pequeña revelación de que no puedes escapar de tu condición, no sólo como cuerpo cuyas células mueren cada ciertos años y se regeneran hasta que tienen que parar o son interrumpidas en su proceso natural por una causa externa llevada a cabo posiblemente por otro cuerpo lleno de las mismas condenadas células o por un objeto en el momento inadecuado o un desastre natural venido sin saber la específica razón del por qué o por tu propia voluntad alimentada por la desesperanza que despertó un pequeño fallo irremediable en tu racionalidad no entendido por el miedo a aceptar que existe la posibilidad de que sea teóricamente factible aquel acto, sino como ser con una conciencia egocéntrica incapaz de entender otra conciencia como entiende la suya? Ese horror que consiste en saber que estás completamente solo o sola en tu pequeño mundo compuesto por pensamientos cuyo orden es extrañamente no cronológico y cuya explicación a otra persona es un proceso desgraciadamente patético y frustrante. ¿Te has preguntado esto alguna vez? ¿Estoy sola en ello? Ahora me formulo más preguntas que cuestionan el sentido de este discurso mal planteado: ¿Quién eres tú? ¿Qué factores han llevado a que hayas podido encontrar esto y haberlo leído? ¿Concuerdas con este sentimiento cuya explicación en palabras, en mi parecer, es absurda debido a la supuesta limitación que encuentro en ellas aceptando que puedo estar equivocada y que todo este titubeo solo sea un delirio mío? ¿Cuál fue el sentido de escribir este texto asfixiado por mis titubeos delirantes? De lo único que puedo tener certidumbre es del hecho de que todo este palabrerío no fue nada más que una mísera pérdida de tiempo.

22 de febrero de 2019

Mi madre se ha suicidado. Fue ayer por la tarde, saltó por la ventana del departamento que tenía con Ruth. Cuando le informaron a mi padre por teléfono supe que, por sus sollozos, mi madre lo había hecho. Ella y mi padre, a pesar de la ruptura, se llevaban muy bien. La notica le dolió profundamente, lo ha dejado con un horrible estupor. Ahora está con Ruth en la funeraria. Según decir a Ruth, ellas dos habían tenido una dura discusión y Ruth se había largado, harta del casi permanente caos, a dar un paseo. Mi madre llevaba más de una semana sin tomar su medicación, lo cual, al principio, no le resultó raro a su pareja ya que algunas veces mi madre se negaba a tomar su dosis diaria por la mañana y después, irónicamente, por la noche, se tomaba unas cuantas pastillas (algunas veces más de la dosis requerida). Esto le preocupaba mucho a Ruth, pero lo habían ido controlando hasta ayer. No he llorado, no tengo recuerdo alguno de haber llorado en mi vida. No porque no me apenara, la noticia me ha hecho mucho daño pero por la superficie no se nota por mi inexpresivo rostro. Pero no culpo a mi madre por el dolor que siento en mis entrañas (¿por qué siempre el dolor se sitúa allí?). Todos los padres te van a hacer daño, conscientes o inconscientes de ello, en menor o mayor medida. Pero eso no los convierte en malos padres (por lo menos algunos, dependiendo del grado de conciencia que tengan sobre el daño y las consecuencias del mismo), los convierte en personas con sus defectos que muchas veces no dejan ver y ser asimilados (respectivamente como los defectos que tu cargas y por los que te culpabilizas). Y esa noción te ayuda a entenderlos y a amarlos. Respecto a lo secas que deben de estar mis pupilas, recuerdo que en mi cumpleaños mi madre me contó la forma en la que yo había nacido (no es el mejor regalo de cumpleaños, pero ahora la información me ha ayudado).


Me dijo que salí de su entrepierna en un parsimonioso silencio, como si mi mente prematura hubiera estado concentrada en algo más y se hubiera perdido su propio nacimiento, y sin llorar. Me recalcó emotiva que ella fue la primera en llorar (no paraba de repetirlo) y que yo le seguí con mi primer, y tal vez único, llanto. Fue como si hubiésemos tenido una incorpórea conexión, a través de un sentimiento contradictorio entre tristeza y júbilo, de madre e hija. La verdad es que quisiera llorar, sería un buen desahogo (tal vez esa sea la razón por la que tenga retenidos todos estos pensamientos asfixiantes). Ojalá ella estuviera aquí, a mi lado, con su particular rostro que denotaba una perplejidad ante los sentimientos que exponía y regalaba a los demás, llorando conmigo en silencio.

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