Un año más os damos la bienvenida a un nuevo curso escolar y os abrimos las puertas de nuestra biblioteca, un lugar mágico, donde debemos entrar con la mente muy abierta, pues “todo puede suceder”; un bosque lleno de misterios, sueños, realidades y locuras.
El mundo de la literatura se
parece al bosque de Sueño de una noche de verano, la comedia de Shakespeare.[…]
Cuando leemos elegimos visitar ese bosque donde todo puede suceder. En él nos
esperan los senderos misteriosos, las llamadas del deseo, las metamorfosis, las
sabias mentiras del amor. Esa vida dormida que hay en cada uno de nosotros y
que sólo el hechizo de la literatura, como la flor mágica del duende Puck,
puede despertar.
[…] el lector no es
diferente a los niños. Tampoco ellos se cansan de pedir. Ven un espejo y le
piden que sea la puerta que les conduzca a otro mundo, ven a un vagabundo y
quieren recibir de él el plano de una isla perdida, un pájaro entra por su
ventana y le piden noticias del jardín donde los pájaros hablan, los árboles
cantan y el agua es de oro, van al mercado y se detienen ante las cabecitas de
los corderos sacrificados como si éstas fueran a susurrarles su triste
historia. O mejor dicho, no es que anden buscando cosas sino que se las
encuentran sin darse cuenta. Porque no se trata de esperar que los libros nos
entreguen verdades decisivas sobre la vida, sino de leerlos sin saber lo que
pretendemos al hacerlo, si es que pretendemos algo. Por eso los buenos libros
no sirven para nada concreto. No nos ayudan a comprenden el mundo, no nos hacen
más sabios; nos sumen en ese estado tan cervantino de la perplejidad. […] A los
libros se llega como a las islas mágicas de los cuentos, no porque alguien nos
lleve de la mano, sino simplemente porque nos salen al paso. Eso es leer,
llegar inesperadamente a un lugar nuevo. Un lugar que, como una isla perdida,
no sabíamos que pudiera existir, y en el que tampoco podemos prever lo que nos
aguarda. Un lugar en el que debemos entrar en silencio, con los ojos muy
abiertos, como suelen hacer los niños cuando se adentran en una casa abandonada.[…]
El lector sufre un hechizo
semejante, y basta con ver la imagen de alguien leyendo para comprobar que
también él pasa por una forma de locura. Está apartado, en silencio, no le
podemos tocar. Y sin embargo, esa fuga de lo real, ese apartamiento, le permite
encontrar las palabras que necesita para iluminar las cosas. Es lo que hacen
los grandes poetas. Toman las palabras comunes, las que nosotros utilizamos
para entendernos y componen con ellas poemas o historias que guardamos en
nuestra memoria.
Fragmentos
de Elogio de la fragilidad de Gustavo
Martín Garzo
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