17 de noviembre de 2020

El Rincón de la Poesía: Francisco Brines


 FRANCISCO BRINES,

PREMIO CERVANTES 2020

“Una de las motivaciones más frecuentes en mí es la necesidad de ese intento desvalido de fijar el tiempo que se nos escapa, de salvar esos momentos de dicha o de dolor que tan precariamente nos pertenecen y que, en definitiva, somos nosotros mismos. Creo que en el conjunto de mi obra, aun en los momentos en que aparece el cántico, no es otra cosa que una extensa elegía”. 

(Francisco Brines, El mundo del poeta” en Amada vida mía, Salamanca 2004)

 

 

El poeta recién galardonado con el premio Cervantes se inscribe en el Grupo de los 50, una corriente poética que defendió la vuelta a la subjetividad, al intimismo poético. Para Francisco Brines, el paso del tiempo ha sido una constante a lo largo de su obra, que le ha llevado a reflexionar sobre la vida y sobre la muerte, concretamente sobre las sucesivas pérdidas a las que asistimos en el vivir diario, antes de afrontar nuestro destino mortal.

                            Después de la infancia

                 I

Al terminar los juegos

nos quedábamos todos tan cansados

que se olvidaban de mi corto nombre.

Me retiraba entonces de la casa

al secreto lugar.

 

Allí se oscurecía la arboleda,

las palomas giraban caudalosas

y muy blancas, el mar

era un país lejano

cada vez más de niebla,

y caído en las hojas de los pinos

miraba hacia el misterio de la noche.

Los ojos, grandes y puros,

se cuajaban de puntos invisibles,

crecían las estrellas

con más luz,

y se turbaba el pecho

por la felicidad.

 

Era viejo aquel valle

de olivares nocturnos,

de almendros de hojas finas.

Y fui creciendo en el amor dichoso

del hombre y de la tierra.

El mundo estaba allí,

en el aliento de la suave noche,

descansando en mis ojos

hasta que nos durmiéramos.

Después, por la mañana,

nos despertaba la luz jubilosa.


 

                II

 

Hoy el valle es más joven.

Los aires, al tocar las frescas hojas

del naranjal nacido,

casi rozan la tierra.

He querido sentir,

de nuevo, aquel misterio

de la emoción del mundo,

y en el mismo lugar

esperé a las tinieblas.

Altas aparecieron

las luces vacilantes de los astros,

y el pecho no tembló.

 

El tiempo, en su tarea,

lleva el polvo a las cosas,

despoja de secretos

a los hombres,

en el alma se queda

germinando.

Al regresar al lecho

pensé que el mundo se extendía extraño

más allá de mi valle;

y sufrí al recordar

cuánto amor de aquel hombre

lejos de allí vivía.

 

De Palabras a la oscuridad (1966)

 

 

Cuando yo aún soy la vida
                       
A Justo Jorge Padrón

 

La vida me rodea, como en aquellos años
ya perdidos, con el mismo esplendor
de un mundo eterno. La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida.
Con el mismo esplendor, y envejecidos ojos,
y un amor fatigado.

¿Cuál será la esperanza? Vivir aún;
y amar, mientras se agota el corazón,
un mundo fiel, aunque perecedero.
Amar el sueño roto de la vida
y, aunque no pudo ser, no maldecir
aquel antiguo engaño de lo eterno.
Y el pecho se consuela, porque sabe
que el mundo pudo ser una bella verdad.
 

                            De Aún no (1971)