23 de junio de 2020

El Rincón de la Poesía: Feliz verano


  Terminamos este curso tan diferente con un deseo: que el recién estrenado verano nos haga partícipes del milagro de la vida y nos devuelva todas esas sensaciones y experiencias de las que hemos estado privados durante los casi 100 días de cuarentena.
Os deseamos un FELIZ VERANO y unas FELICES VACACIONES, con este hermoso y vitalista poema de Walt Whitman:

MIRACLES
Walt Whitman

Why, who makes much of a miracle?
As to me I know of nothing else but miracles,
Whether I walk the streets of Manhattan,
Or dart my sight over the roofs of houses toward the sky,
Or wade with naked feet along the beach just in the edge of the water,
Or stand under trees in the woods,
Or talk by day with any one I love, or sleep in the bed at night with any one I love,
Or sit at table at dinner with the rest,
Or look at strangers opposite me riding in the car,
Or watch honey-bees busy around the hive of a summer forenoon,
Or animals feeding in the fields,
Or birds, or the wonderfulness of insects in the air,
Or the wonderfulness of the sundown, or of stars shining so quiet and bright,
Or the exquisite delicate thin curve of the new moon in spring;
These with the rest, one and all, are to me miracles,
The whole referring, yet each distinct and in its place.
To me every hour of the light and dark is a miracle,
Every cubic inch of space is a miracle,
Every square yard of the surface of the earth is spread with the same,
Every foot of the interior swarms with the same.
To me the sea is a continual miracle,
The fishes that swim—the rocks—the motion of the waves—the
        ships with men in them,
What stranger miracles are there?


Vaya, ¿quién da importancia a un milagro?
Yo, por ejemplo, no conozco otra cosa que milagros,
ya sea que camine por las calles de Manhattan,
o eleve la vista por encima de los tejados hacia el cielo,
o me adentre con los pies desnudos por la playa hasta el borde
del agua,
o me detenga bajo los árboles del bosque,
o hable por el día con alguien que ame, o duerma en la cama
de noche con alguien que ame,
o me siente a la mesa a cenar con el resto,
o me fije en los desconocidos que viajan frente a mí en el tranvía,
o contemple a las abejas ocupadas en torno a la colmena de una
mañana de verano,
o a los animales que pastan en los campos,
o a los pájaros, o la maravilla de los insectos en el aire,
o la maravilla del ocaso, o de las estrellas que lucen
tan brillantes y silenciosas,
o la fina curva, exquisita y delicada, de la luna nueva en
primavera.
Estos y el resto, todos, son milagros para mí,
relacionados entre sí y, sin embargo, distintos y cada uno en su lugar.
Para mí, cada hora de luz y oscuridad es un milagro,
cada centímetro cúbico de espacio es un milagro,
cada kilómetro cuadrado de la superficie de la tierra se ha esparcido
de lo mismo,
cada metro del interior rebosa de lo mismo.
Para mí el mar es un milagro continuo:
Los peces que nadan, las rocas, el movimiento de las olas, los
barcos que transportan hombres…
¿Existen milagros más extraños?
(Traducción de Poética 2.0)

16 de junio de 2020

Galdós 2020 (VII): Misericordia

Misericordia (1897) es una novela espiritualista de B. P. Galdós, en la que aborda temas espirituales y morales, al tiempo que retrata las clases más humildes de Madrid. La protagonista es Benina, una bondadosa mujer que, ante la miseria de la familia a la que sirve, se ve obligada a mendigar para ayudar a su señora. Cuando la suerte cambia para esa familia, Benina ya no tiene sitio en la casa. Así critica el autor un mundo basado en las apariencias, en el que solo Benina, a pesar de las dificultades, es capaz de mantener en todo momento su dignidad:

-«Hola, Nina. ¿tú por aquí? ¿Has parecido ya? Creímos que te habías ido al Congo... No pases, no entres; quédate ahí, que nos vas a poner perdidos los suelos, lavados de esta tarde... ¡Bonita vienes!... Quita allá esas patas, mujer, que manchas los baldosines...
-¿En dónde está la señora? -dijo Nina, volviendo a mirar los diamantes y esmeraldas, y dudando ya que fueran efectivos.
-La señora está aquí... Pero te dice que no pases, porque vendrás llena de miseria...».
En aquel momento apareció por otro lado la señorita Obdulia, chillando: «Nina, bien venida seas; pero antes de que entres en casa, hay que fumigarte y ponerte en la colada... No, no te arrimes a mí. ¡Tantos días entre pobres inmundos!... ¿Ves qué bonito está todo?».
[…]
«Mujer, entra, entra -murmuró desde el fondo del comedor, con voz ahogada por los sollozos la señora Doña Francisca Juárez.
Manteniéndose en la puerta, le contestó Benina con voz entera: «Aquí estoy, señora, y como dicen que mancho los baldosines, no quiero pasar; digo que no paso... Me han sucedido cosas que no le quiero contar por no afligirla... Lleváronme presa, he pasado hambres... he padecido vergüenzas, malos tratos... Yo no hacía más que pensar en la señora, y en si tendría también hambre, y si estaría desamparada.
-No, no, Nina: desde que te fuiste, ¡mira qué casualidad! entró la suerte en mi casa... Parece un milagro, ¿verdad? ¿Te acuerdas de lo que hablábamos, aburriditas en esta soledad, ¡ay! en aquellas noches de miseria y sufrimientos? Pues el milagro es una verdad, hija…».
Nina no contestó sílaba, y arrimándose a la puerta, sollozaba.
«Yo de buena gana te recibiría otra vez aquí -afirmó Doña Francisca, a cuyo lado, en la sombra, se puso Juliana, sugiriéndole por lo bajo lo que había de decir-; pero no cabemos en casa, y estamos aquí muy incómodas... Ya sabes que te quiero, que tu compañía me agrada más que ninguna... pero... ya ves... Mañana estaremos de mudanza, y se te hará un hueco en la nueva casa... ¿Qué dices? ¿Tienes algo que decirme? Hija, no te quejarás: ten presente que te fuiste de mala manera, dejándome sin una miga de pan en casa, sola, abandonada... ¡Vaya con la Nina! Francamente, tu conducta merece que yo sea un poquito severa contigo... Y para que todo hable en contra tuya, olvidaste los sanos principios que siempre te enseñé, largándote por esos mundos en compañía de un morazo... Sabe Dios qué casta de pájaro será ese, y con qué sortilegios habrá conseguido hacerte olvidar las buenas costumbres. Dime, confiésamelo todo: ¿le has dejado ya?
-No, señora.
-¿Le has traído contigo?
-Sí, señora. Abajo está esperándome.
-Como eres así, capaz te creo de todo... ¡hasta de traérmele a casa!
-A casa le traía, porque está enfermo, y no le voy a dejar en medio de la calle -replicó Benina con firme acento.
-Ya sé que eres buena, y que a veces tu bondad te ciega y no miras por el decoro.
-Nada tiene que ver el decoro con esto, ni yo falto porque vaya con Almudena, que es un pobrecito. Él me quiere a mí... y yo le miro como un hijo».
La ingenuidad con que expresaba Nina su pensamiento no llegó a penetrar en el alma de Doña Paca, que sin moverse de su asiento, y con los cuchillos en la falda, prosiguió diciéndole:
«No hay otra como tú para componer las cosas, y retocar tus faltas hasta conseguir que parezcan perfecciones; pero yo te quiero, Nina; reconozco tus buenas cualidades, y no te abandonaré nunca.
-Gracias, señora, muchas gracias.
-No te faltará qué comer, ni cama en qué dormir. Me has servido, me has acompañado, me has sostenido en mi adversidad. Eres buena, buenísima; pero no abuses, hija; no me digas que venías a casa con el moro de los dátiles, porque creeré que te has vuelto loca.
-A casa le traía, sí, señora, como traje a Frasquito Ponte, por caridad... Si hubo misericordia con el otro, ¿por qué no ha de haberla con este? ¿O es que la caridad es una para el caballero de levita, y otra para el pobre desnudo? Yo no lo entiendo así, yo no distingo... Por eso le traía; y si a él no le admite, será lo mismo que si a mí no me admitiera».

9 de junio de 2020

150 años de la muerte de Dickens


Biografía
“Lo primero que os llama la atención cuando leéis una novela de Dickens es su admirable fuerza descriptiva, la facultad de imaginar, que, unida a una narración originalísima y gráfica, da a sus cuadros la mayor exactitud y verdad que cabe en las creaciones del arte.[…]
Difícil es dar una idea de la maravillosa aptitud de C. Dickens para comprender el corazón humano y retratar al vivo sus grandes borrascas, sus expansiones de ternura y amor. No analiza como Balzac, complaciéndose en descubrir todo lo que de innoble y siniestro puede existir en los sentimientos del hombre; es, por el contrario, observador benévolo, que procede en los trabajos de su investigación por amor a la humanidad, deseoso de la dicha del hombre y haciéndole ver sus virtudes y sus vicios para enaltecer aquéllas y corregir éstos.
Para esto se vale de dos medios igualmente eficaces: o conmueve al lector con la pintura patética de las pasiones, con la sentida exposición de lástimas y desventuras, o le hace reír cultamente, zahiriendo con lo ridículo y lo cómico, que brotan de su fecunda pluma en inagotable raudal.”
Fragmentos del prólogo de Benito Pérez Galdós a su traducción
de Los papeles póstumos del Club Pickwick, de Charles Dickens

Recordamos al célebre escritor victoriano Charles Dickens (1812-1870), cuando se cumplen 150 años de su muerte, con la lectura de fragmentos de algunas de sus obras más conocidas, a modo de invitación para seguir leyendo y releyendo sus libros.


"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo."
Historia de dos ciudades

 

"Como mi apellido es Pirrip y mi nombre de pila Philip, mi lengua infantil, al querer pronunciar ambos nombres, no fue capaz de decir nada más largo ni más explícito que Pip. Por consiguiente, yo mismo me llamaba Pip, y por Pip fui conocido en adelante.
Digo que Pirrip era el apellido de mi familia fundándome en la autoridad de la losa sepulcral de mi padre y de la de mi hermana, la señora Joe Gargery, que se casó con un herrero. Como yo nunca conocí a mi padre ni a mi madre, ni jamás vi un retrato de ninguno de los dos, porque aquellos tiempos eran muy anteriores a los de la fotografía, mis primeras suposiciones acerca de cómo serían mis padres se derivaban, de un modo muy poco razonable, del aspecto de su losa sepulcral. La forma de las letras esculpidas en la de mi padre me hacía imaginar que fue un hombre cuadrado, macizo, moreno y con el cabello negro y rizado. A juzgar por el carácter y el aspecto de la inscripción «También Georgiana, esposa del anterior» deduje la infantil conclusión de que mi madre fue pecosa y enfermiza. A cinco pequeñas piedras de forma romboidal, cada una de ellas de un pie y medio de largo, dispuestas en simétrica fila al lado de la tumba de mis padres y consagradas a la memoria de cinco hermanitos míos que abandonaron demasiado pronto el deseo de vivir en esta lucha universal, a estas piedras debo una creencia, que conservaba religiosamente, de que todos nacieron con las manos en los bolsillos de sus pantalones y que no las sacaron mientras existieron."
Grandes esperanzas


"Digamos, para comenzar, que Marley estaba muerto. De eso no hay duda. El acta de su entierro fue firmada por el párroco, por el escribano, por el empresario de pompas fúnebres y por el que presidió el duelo. Sí, Scrooge la firmó: y el nombre de Scrooge tenía validez en la Bolsa para cualquier asunto en que él decidiera firmar. El viejo Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta .[…]
¿Sabía Scrooge que Marley estaba muerto? Claro que sí. ¿Cómo no iba a saberlo? Scrooge y él habían sido socios durante no sé cuántos años. Scrooge fue su único albacea testamentario, su único administrador, su único apoderado, su heredero universal, su único amigo y el único que asistió a su entierro. Y añadamos que Scrooge no se sintió profundamente afectado por el penoso acontecimiento, sino que, obrando como un excelente hombre de negocios el día mismo del funeral, consiguió que este se celebrara por una verdadera ganga.[…]

¡Ah, pero qué tacaño, cicatero, estrujador, codicioso, rapiñador, avaro, mezquino y viejo pecador era Scrooge! Duro y cortante como un pedernal del que ningún acero pudo sacar jamás una chispa generosa; taciturno, receloso y solitario como una ostra. Su frialdad interior helaba sus viejas facciones, afilaba su puntiaguda nariz, marchitaba sus mejillas, envaraba su forma de andar, enrojecía sus ojos y amorataba sus labios; y hacía que, al hablar, su voz fuera seca y chirriante. Una gélida escarcha se había posado en su cabeza, en sus cejas y en su barbilla hirsuta. Siempre llevaba consigo su propia temperatura glacial; congelaba su oficina en los días más calurosos, y no la deshelaba ni un grado por Navidad."
Canción de Navidad


—Dejadme ver al niño y morir.

 […] El cirujano lo puso en sus brazos. Apretó ella apasionadamente sus fríos labios sobre la frentecita, se pasó las manos por la cara, lanzó una mirada extraviada, se estremeció, cayó hacia atrás y... murió. Le frotaron el pecho, las manos, las sienes, pero la sangre se le había helado para siempre. Le hablaron de esperanza y consuelo. Le habían faltado durante demasiado tiempo. […]

—Era bonita también. ¿De dónde era?
—La trajeron anoche —replicó la vieja— por orden del inspector. La encontraron tirada en la calle; había caminado un buen trecho, pues traía los zapatos hechos trizas, pero nadie sabe de dónde venía o adónde iba.
Se inclinó el cirujano sobre el cadáver y levantó la mano izquierda.
—La historia de siempre —dijo meneando la cabeza—; sin alianza, según veo. En fin… Buenas noches.
El señor médico se marchó a cenar, y la enfermera, tras aplicarse una vez más a la botella verde, se sentó en una silla baja junto al fuego y se puso a vestir a la criatura.
¡Qué excelente ejemplo constituía el pequeño Oliver Twist del poder del vestido! Envuelto en la manta que hasta entonces había sido su único abrigo podría haber pasado por el hijo de un noble o de un mendigo; al más altivo desconocido le habría sido difícil determinar su categoría social. Pero ahora, envuelto en las viejas ropas de percal, amarillas ya de hacer el mismo servicio, marcado y etiquetado, encajaba perfectamente en su lugar: un niño de la parroquia…, huérfano de hospicio…, humilde esclavo muerto de hambre…, carne de bofetadas y golpes para el mundo…, desprecio de todos y lástima de ninguno.
Oliver chillaba con ganas. Si hubiera sabido que era huérfano, abandonado a las poco compasivas manos de mayordomos eclesiásticos e inspectores, quizá habría chillado más fuerte.”
Oliver Twist