Biografía |
“Lo
primero que os llama la atención cuando leéis una novela de Dickens es su
admirable fuerza descriptiva, la facultad de imaginar, que, unida a una
narración originalísima y gráfica, da a sus cuadros la mayor exactitud y verdad
que cabe en las creaciones del arte.[…]
Difícil
es dar una idea de la maravillosa aptitud de C. Dickens para comprender el
corazón humano y retratar al vivo sus grandes borrascas, sus expansiones de
ternura y amor. No analiza como Balzac, complaciéndose en descubrir todo lo que
de innoble y siniestro puede existir en los sentimientos del hombre; es, por el
contrario, observador benévolo, que procede en los trabajos de su investigación
por amor a la humanidad, deseoso de la dicha del hombre y haciéndole ver sus
virtudes y sus vicios para enaltecer aquéllas y corregir éstos.
Para
esto se vale de dos medios igualmente eficaces: o conmueve al lector con la
pintura patética de las pasiones, con la sentida exposición de lástimas y
desventuras, o le hace reír cultamente, zahiriendo con lo ridículo y lo cómico,
que brotan de su fecunda pluma en inagotable raudal.”
Fragmentos del prólogo de Benito Pérez Galdós a su
traducción
de Los papeles póstumos del Club Pickwick,
de Charles Dickens
"Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo."
Historia de dos ciudades
"Como mi apellido es Pirrip y mi
nombre de pila Philip, mi lengua infantil, al querer pronunciar ambos nombres,
no fue capaz de decir nada más largo ni más explícito que Pip. Por
consiguiente, yo mismo me llamaba Pip, y por Pip fui conocido en adelante.
Digo que Pirrip era el apellido
de mi familia fundándome en la autoridad de la losa sepulcral de mi padre y de
la de mi hermana, la señora Joe Gargery, que se casó con un herrero. Como yo
nunca conocí a mi padre ni a mi madre, ni jamás vi un retrato de ninguno de los
dos, porque aquellos tiempos eran muy anteriores a los de la fotografía, mis
primeras suposiciones acerca de cómo serían mis padres se derivaban, de un modo
muy poco razonable, del aspecto de su losa sepulcral. La forma de las letras
esculpidas en la de mi padre me hacía imaginar que fue un hombre cuadrado,
macizo, moreno y con el cabello negro y rizado. A juzgar por el carácter y el
aspecto de la inscripción «También Georgiana, esposa del anterior» deduje la
infantil conclusión de que mi madre fue pecosa y enfermiza. A cinco pequeñas
piedras de forma romboidal, cada una de ellas de un pie y medio de largo,
dispuestas en simétrica fila al lado de la tumba de mis padres y consagradas a
la memoria de cinco hermanitos míos que abandonaron demasiado pronto el deseo
de vivir en esta lucha universal, a estas piedras debo una creencia, que
conservaba religiosamente, de que todos nacieron con las manos en los bolsillos
de sus pantalones y que no las sacaron mientras existieron."
Grandes
esperanzas
"Digamos, para comenzar, que
Marley estaba muerto. De eso no hay duda. El acta de su entierro fue firmada
por el párroco, por el escribano, por el empresario de pompas fúnebres y por el
que presidió el duelo. Sí, Scrooge la firmó: y el nombre de Scrooge tenía
validez en la Bolsa para cualquier asunto en que él decidiera firmar. El viejo
Marley estaba tan muerto como el clavo de una puerta .[…]
¿Sabía Scrooge que Marley estaba
muerto? Claro que sí. ¿Cómo no iba a saberlo? Scrooge y él habían sido socios
durante no sé cuántos años. Scrooge fue su único albacea testamentario, su
único administrador, su único apoderado, su heredero universal, su único amigo
y el único que asistió a su entierro. Y añadamos que Scrooge no se sintió
profundamente afectado por el penoso acontecimiento, sino que, obrando como un
excelente hombre de negocios el día mismo del funeral, consiguió que este se
celebrara por una verdadera ganga.[…]
¡Ah, pero qué tacaño, cicatero, estrujador, codicioso, rapiñador, avaro, mezquino y viejo pecador era Scrooge! Duro y cortante como un pedernal del que ningún acero pudo sacar jamás una chispa generosa; taciturno, receloso y solitario como una ostra. Su frialdad interior helaba sus viejas facciones, afilaba su puntiaguda nariz, marchitaba sus mejillas, envaraba su forma de andar, enrojecía sus ojos y amorataba sus labios; y hacía que, al hablar, su voz fuera seca y chirriante. Una gélida escarcha se había posado en su cabeza, en sus cejas y en su barbilla hirsuta. Siempre llevaba consigo su propia temperatura glacial; congelaba su oficina en los días más calurosos, y no la deshelaba ni un grado por Navidad."
Canción de Navidad
[…] El cirujano lo puso en sus brazos. Apretó
ella apasionadamente sus fríos labios sobre la frentecita, se pasó las manos
por la cara, lanzó una mirada extraviada, se estremeció, cayó hacia atrás y...
murió. Le frotaron el pecho, las manos, las sienes, pero la sangre se le había
helado para siempre. Le hablaron de esperanza y consuelo. Le habían faltado
durante demasiado tiempo. […]
—Era bonita también. ¿De dónde
era?
—La trajeron anoche —replicó la
vieja— por orden del inspector. La encontraron tirada en la calle; había
caminado un buen trecho, pues traía los zapatos hechos trizas, pero nadie sabe
de dónde venía o adónde iba.
Se inclinó el cirujano sobre el
cadáver y levantó la mano izquierda.
—La historia de siempre —dijo
meneando la cabeza—; sin alianza, según veo. En fin… Buenas noches.
El señor médico se marchó a
cenar, y la enfermera, tras aplicarse una vez más a la botella verde, se sentó
en una silla baja junto al fuego y se puso a vestir a la criatura.
¡Qué excelente ejemplo
constituía el pequeño Oliver Twist del poder del vestido! Envuelto en la manta
que hasta entonces había sido su único abrigo podría haber pasado por el hijo
de un noble o de un mendigo; al más altivo desconocido le habría sido difícil
determinar su categoría social. Pero ahora, envuelto en las viejas ropas de
percal, amarillas ya de hacer el mismo servicio, marcado y etiquetado, encajaba
perfectamente en su lugar: un niño de la parroquia…, huérfano de hospicio…,
humilde esclavo muerto de hambre…, carne de bofetadas y golpes para el mundo…,
desprecio de todos y lástima de ninguno.
Oliver chillaba con ganas. Si
hubiera sabido que era huérfano, abandonado a las poco compasivas manos de
mayordomos eclesiásticos e inspectores, quizá habría chillado más fuerte.”
Oliver Twist
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