10 de febrero de 2014

Versos con amor

Se acerca el 14 de febrero, "día de los enamorados". Algunos quizá pensáis que es una celebración moderna, propia de esta sociedad de consumo; sin embargo, su origen se remonta a la época del Imperio romano. Pero ¿quién era san Valentín?, ¿por qué es el patrón de los enamorados?
Hay varias leyendas sobre este santo. Hemos elegido una que afirma que san Valentín era un sacerdote que ejercía en Roma en el siglo III. Ante la prohibición del emperador Claudio II de celebrar matrimonios para los jóvenes soldados, porque rendían menos en el campo de batalla, Valentín desafió la orden y casó en secreto a algunas parejas de enamorados; cuando esto se descubrió, fue encarcelado, sufrió martirio y murió ejecutado un 14 de febrero.

Para celebrar este día, hemos elegido estos versos de Luis Cernuda:

"Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido."
 
(Del poema “Si el hombre pudiera decir lo que ama…”)

Ahora te pedimos que nos digas cuáles son tus versos de amor favoritos, para que entre todos formemos nuestra antología poética amorosa. 
Déjanoslos en los comentarios.

2 de febrero de 2014

Continúan las andanzas de Lázaro de Tormes


La Diputación publica El manuscrito encontrado en Salamanca, de Ricardo López

El manuscrito encontrado en Salamanca plantea un juego literario audaz y sorprendente sobre el hallazgo real, en 1992, de una biblioteca emparedada en Barcarrota, Badajoz, donde se encontraron varios libros perseguidos por la Inquisición. Entre ellos, se descubrió una primera edición de la novela Lazarillo de Tormes. A partir de este escenario se crea la ficción en torno a este manuscrito en el que continúan las andanzas del clásico personaje hasta su muerte. 
Asimismo, mediante la ironía, realiza una crítica contra los filólogos que elucubran sobre cualquier mínimo aspecto de la literatura aparentando que su investigación filológica está llena del máximo rigor. 
El autor rinde también homenaje a las bibliotecas y al tesoro que guardan, en recuerdo de su antigua dedicación, antes de haber sido profesor en el instituto Lucía de Medrano de Salamanca. 
Para abrir boca, recordamos uno de los fragmentos más conocidos del clásico Lazarillo de Tormes, en espera de que podamos seguir disfrutando de sus peripecias en esta nueva obra:

"En este tiempo vino a posar al mesón un ciego, el cual, paresciéndole que yo sería para adestralle, me pidió a mi madre, y ella me encomendó a él, diciéndole cómo era hijo de un buen hombre, el cual, por ensalzar la fe, había muerto en la de los Gelves, y que ella confiaba en Dios no saldría peor hombre que mi padre, y que le rogaba me tratase bien y mirase por mí, pues era huérfano. Él respondió que así lo haría y que me recibía, no por mozo, sino por hijo. Y así le comencé a servir y adestrar a mi nuevo y viejo amo.
Como estuvimos en Salamanca algunos días, pareciéndole a mi amo que no era la ganancia a su contento, determinó irse de allí; y cuando nos hubimos de partir, yo fui a ver a mi madre, y, ambos llorando, me dio su bendición y dijo:
-Hijo, ya sé que no te veré más. Procura de ser bueno, y Dios te guíe. Criado te he y con buen amo te he puesto; válete por ti.
Y así me fui para mi amo, que esperándome estaba.
Salimos de Salamanca, y, llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y, allí puesto, me dijo:
-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.
Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:
-Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.
Y rió mucho la burla.
Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: «Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer».

(Lazarillo de Tormes, Tratado Primero)
Para leer más: Reseña