4 de junio de 2024

El Rincón de la Poesía: Piedad Bonnett

 


Piedad Bonnett,

XXXIII Premio Reina Sofía 

de Poesía Iberoamericana


Piedad Bonnett, una de las autoras latinoamericanas más reconocidas, ha sido galardonada con el XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Su poesía intimista, emocional, reflexiona sobre el sinsentido de la vida y sobre la muerte, al tiempo que lucha contra la deshumanización.

ORACIÓN

Para mis días pido,
Señor de los naufragios,
no agua para la sed, sino la sed,
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad.

 

 

LAS CICATRICES

No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.

3 de junio de 2024

Centenario de la muerte de Franz Kafka

El término kafkiano remite a una situación absurda, angustiosa. Todo lo que rodea a Kafka es kafkiano, empezando por su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad, pues él pidió a su amigo Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, aunque este, afortunadamente, no le hizo caso y hoy, cuando se celebran 100 años de su muerte, podemos seguir disfrutando de sus libros. Queremos recomendaros tres de sus novelas más conocidas, con las que podréis aventuraros en sus desconcertantes universos:

Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana, después de un sueño agitado, se encontró sobre su cama convertido en un insecto monstruoso. Estaba echado sobre el quitinoso caparazón de su espalda, y al levantar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas durezas, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

Alguien tenía que haber calumniado a Josef K. pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo. La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días a eso de las ocho de la mañana el desayuno a su habitación, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más. Apoyado en la almohada, se quedó mirando a la anciana que vivía frente a su casa y que le observaba con una curiosidad inusitada. Poco después, extrañado y hambriento, tocó el timbre. Nada más hacerlo, se oyó cómo llamaban a la puerta y un hombre al que no había visto nunca entró en su habitación.

Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.