18 de octubre de 2021

El Rincón de la Poesía

MARÍA ELENA HIGUERUELO

PREMIO NACIONAL DE POESÍA JOVEN

“Miguel Hernández” 

      Os proponemos hoy la lectura de dos poemas de María Elena Higueruelo (Jaen,1994), graduada en Matemáticas y estudiante de Literaturas Comparadas. En su corta carrera ha publicado El agua y la sed (Hiperión, 2015) y Los días eternos (Rialp, 2020), obra con la que ha obtenido dos importantes premios: el Premio Adonais de Poesía 2019 y el Premio Nacional de Poesía Joven 2021.

     Disfrutad de la jovial expresividad del primer poema o sumergíos en las hondas reflexiones existenciales de su “Biografía cero”. Es una joven autora a la que le auguramos muchos éxitos y estamos seguros de que seguiremos hablando de ella.

 

BESOS POLÍGLOTAS

Primer aviso:

Voy a besarte de muchas formas;

más concretamente,


de tantas como me dé tiempo a decirte

hasta que te decidas a callarme.

Voy a besarte en verso,

y voy a besarte en prosa

para hacerte presa

sin prisas

de las comisuras de mi boca.

Voy a besarte en braille, en morse,

y en lengua de signos.

En lenguaje matemático,

que es más lógico, y es lo mío,

y en lenguaje musical,

que es más bello, y es lo tuyo.

Puede que hasta en élfico,

y ya de paso te hago un guiño.

Voy a besarte filosóficamente,

literal, y literariamente.

Voy a besarte en lenguas muertas,

pero mucho más con las vivas;

a lo europeo, a lo esquimal,

y cuidado,

que incluso puede

que te bese a lo escocés

si te despistas.

Que yo no quiero estar contigo para siempre

porque un “para siempre” siempre para.

Quiero estar contigo hasta el fin del mundo,

hasta que la vida diga basta.

Por eso, pienso besarte de todas las maneras

que se me ocurran mientras tanto.

Voy a besarte en todos los idiomas que conozco

y en los que todavía no se han inventado.

Y después de esto no vale decir

que no te he avisado,

así que ya puedes empezar a correr,

que como ves,

ya se me han ocurrido unas cuantas,

y para abrir boca

voy a empezar por la más básica.

                               

 

BIOGRAFÍA CERO

Ningún mal aquejó mi vida hasta la fecha;
no hubo guerras que asolaran la niñez,
ni en el hogar hambre o carencia.
No hubo epidemias, crueldad, ni sangre;
asomó siempre el amor en cada gesto,
sobrio, como la ternura en cada palabra.

No hubo tragedias naturales:
no arrolló el viento, no se abrió la tierra,
no clavó el agua en nuestra casa sus fauces.
No hubo traumas infantiles; por lo menos
no hubo a quien culpar de nada
—la inocencia es un apéndice
que el tiempo se encarga de herir—.

De dónde entonces la tristeza,
me pregunto, provenía si no acaso
del pecado precoz de buscar
antes de que madurase el día
el remoto origen de las cosas:
la descendencia de los hijos de Adán,
o ser el sueño de un gigante,
o integrar la ficción en la vida
y padecer en la carne tierna
la pena que nadie entiende, sufrir
en baja voz del culpable el castigo,
o llorar indefensa la pérdida
en alta mar del objeto sagrado.

Pagar deben los hijos de Occidente
con el desprecio de los hermanos
del padre la custodia; sea
esa la deuda y este el legado:
una soledad inexplicable e inmensa
que se traduce en la misma cosa
que la guerra en aquel ángel:
el mismo miedo difuso,
la misma ira repentina,
las mismas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.

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