“Miguel
Hernández”
Os proponemos hoy la lectura de dos poemas de María Elena Higueruelo (Jaen,1994), graduada en Matemáticas y estudiante
de Literaturas Comparadas. En su corta carrera ha publicado El
agua y la sed (Hiperión, 2015) y Los días eternos (Rialp, 2020), obra
con la que ha obtenido dos importantes premios: el Premio Adonais de Poesía
2019 y el Premio Nacional de Poesía Joven 2021.
Disfrutad de la jovial expresividad del
primer poema o sumergíos en las hondas reflexiones existenciales de su “Biografía cero”. Es
una joven autora a la que le auguramos muchos éxitos y estamos seguros de que
seguiremos hablando de ella.
BESOS POLÍGLOTAS
Primer aviso:
Voy a besarte de muchas formas;
más concretamente,
de tantas como me dé tiempo a decirte
hasta que te decidas a callarme.
Voy a besarte en verso,
y voy a besarte en prosa
para hacerte presa
sin prisas
de las comisuras de mi boca.
Voy a besarte en braille, en morse,
y en lengua de signos.
En lenguaje matemático,
que es más lógico, y es lo mío,
y en lenguaje musical,
que es más bello, y es lo tuyo.
Puede que hasta en élfico,
y ya de paso te hago un guiño.
Voy a besarte filosóficamente,
literal, y literariamente.
Voy a besarte en lenguas muertas,
pero mucho más con las vivas;
a lo europeo, a lo esquimal,
y cuidado,
que incluso puede
que te bese a lo escocés
si te despistas.
Que yo no quiero estar contigo para
siempre
porque un “para siempre” siempre para.
Quiero estar contigo hasta el fin del
mundo,
hasta que la vida diga basta.
Por eso, pienso besarte de todas las
maneras
que se me ocurran mientras tanto.
Voy a besarte en todos los idiomas que
conozco
y en los que todavía no se han
inventado.
Y después de esto no vale decir
que no te he avisado,
así que ya puedes empezar a correr,
que como ves,
ya se me han ocurrido unas cuantas,
y para abrir boca
voy a empezar por la más
básica.
BIOGRAFÍA CERO
Ningún mal aquejó mi vida hasta la fecha;
no hubo guerras que asolaran la niñez,
ni en el hogar hambre o carencia.
No hubo epidemias, crueldad, ni sangre;
asomó siempre el amor en cada gesto,
sobrio, como la ternura en cada palabra.
No hubo tragedias naturales:
no arrolló el viento, no se abrió la tierra,
no clavó el agua en nuestra casa sus fauces.
No hubo traumas infantiles; por lo menos
no hubo a quien culpar de nada
—la inocencia es un apéndice
que el tiempo se encarga de herir—.
De dónde entonces la tristeza,
me pregunto, provenía si no acaso
del pecado precoz de buscar
antes de que madurase el día
el remoto origen de las cosas:
la descendencia de los hijos de Adán,
o ser el sueño de un gigante,
o integrar la ficción en la vida
y padecer en la carne tierna
la pena que nadie entiende, sufrir
en baja voz del culpable el castigo,
o llorar indefensa la pérdida
en alta mar del objeto sagrado.
Pagar deben los hijos de Occidente
con el desprecio de los hermanos
del padre la custodia; sea
esa la deuda y este el legado:
una soledad inexplicable e inmensa
que se traduce en la misma cosa
que la guerra en aquel ángel:
el mismo miedo difuso,
la misma ira repentina,
las mismas imprevisibles
y verdaderas ganas de llorar.
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