13 de septiembre de 2024

Normas de funcionamiento para el curso 2024-25


 Normas de funcionamiento para el curso 2024-25

La biblioteca escolar estará abierta todos los días en el recreo largo y, durante este tiempo, además de gestionar el préstamo y devolución de libros y materiales audiovisuales, podréis acceder a la sala de lectura y usar los ordenadores con acceso a internet.


Recordad:

-  No hace falta un carné específico para acceder a los préstamos; la biblioteca y sus materiales están disponibles para todos los miembros de la comunidad educativa del IES Francisco Salinas.

 

-  Los préstamos tendrán un plazo de 15 días, renovables si el libro o material no está reservado por otro usuario. Aquellos alumnos que no devuelvan los libros en el plazo estipulado, pueden ser penalizados con un tiempo sin préstamos.


-  Se pueden reservar libros en el caso de que estén ya prestados o no se encuentren en la biblioteca. 


Podréis compartir vuestras lecturas a través de:

LECTORESCLUBSALINAS, nuestro club de lectura virtual, donde podréis publicar reseñas y comentarios de los libros leídos, así como obras de creación propia: http://lectoresclubsalinas.blogspot.com.es

 

y podréis seguir la actualidad literaria y de la biblioteca a través de nuestra cuenta de Twitter @BiblioSalinashttps://twitter.com/Bibliosalinas



12 de septiembre de 2024

Bienvenidos a un nuevo curso escolar...

“…en cualquiera de los tinteros abiertos sobre el pupitre
vivían como dormidas todas las palabras del mundo.”
Carlos Castán

Iniciamos este nuevo curso escolar con una propuesta lectora que nos acerca al mundo de la escuela.  Se trata en este caso de “Una isla”, un cuento de Carlos Castán, que nos habla de la fascinación que produce aprender cosas nuevas. Con él queremos invitaros a descubrir toda la magia que encierra el año que ahora empieza, en el que descubriréis nuevas vivencias, nuevos amigos, nuevos saberes, que sin duda alguna enriquecerán vuestras vidas futuras y serán inolvidables. Y os recordamos que en la biblioteca os esperan muchas historias más con las que acompañar este recorrido vital.


UNA ISLA 

Era una isla. Siempre la recuerdo así a doña Adela, como un pequeño paréntesis de delicadeza en medio de la tosquedad de un pueblo que braceaba sin demasiadas fuerzas buscándole la salida a una posguerra interminable. Allí la vida era una confusión de contiendas superpuestas, los niños levantábamos barricadas de adobe y erigíamos atalayas en lo alto de las carrascas, perros muertos de hambre perseguían por las callejas a gatos erizados, las partidas de guiñote en el casino eran un puro aporrear la mesa con los puños, todo el mundo escupía de lado y con la manga se secaba el vino de la barbilla, los hombres discutían sobre lindes y mojones con los ojos inyectados en sangre y la escopeta cargada de postas, desde el púlpito rugía la amenaza del fuego más voraz, y la carne colgaba en las bodegas de ganchos oxidados.

En medio de todo eso estaba ella, con su traje de chaqueta color verde botella, su falda larga, sus zapatones de monja y esa voz serena que hablaba como debían de hacerlo los libros olvidados. Probablemente, ni doña Adela era tan exquisita ni la vida en el lugar tan hostil y sobresaltada como a veces los presenta una memoria herida ya por el cansancio de las sucesivas derrotas, pero lo cierto es que si no hubiera sido por ella no me costaría trabajo comparar mi infancia con el patio oscuro donde se amontonaban las guadañas.

Cuando por primera vez bajó las escalerillas del coche de línea un día de septiembre, un haz de miradas la fue espiando en su desorientada marcha hasta la puerta de la casa seguida de una nube nerviosa de mocosos, los visillos se iban descorriendo a su paso sin el menor disimulo y los perros se lanzaban ladrando contra las verjas. Las mujeres que a esa hora regresaban del huerto dejaban en el suelo los pozales llenos de cebollas y lechugas para poder mirarla mejor, con los brazos en jarras o poniendo la mano a modo de visera contra el sol de media tarde.

A partir de allí comenzó el juego doble de la fascinación y el recelo. La señorita de ciudad no sabía limpiar borrajas ni desplumar gallinas, ni siquiera tenía traza para coger una escoba como Dios manda, pero si alguien en el pueblo quería saber cómo era en realidad un cocodrilo o un volcán no tenía más remedio que recurrir a sus enciclopedias ilustradas, y lo mismo sucedía con los verdaderos nombres de las estrellas o las dudas sobre el interés que venían aplicando los usureros. Su poder era ése. Forró literalmente las paredes del aula con aquellas láminas de Bastinos donde pudimos contemplar por primera vez los dólmenes de Carnac o los colosos egipcios, esos dioses de arena con palmeras al fondo, y en general la existencia del mundo ahí fuera repleto de misterios y caminos. Doña Adela nos enseñó que al otro lado de aquellas cumbres que se nos antojaban los límites del universo, partían vías de tren hacia todos los confines de Europa. Aunque eso en el fondo lo sabíamos desde mucho antes, fue ella la que nos lo hizo sentir, cambió por verdadero lo que para nosotros no eran sino mapas de ficción descoloridos, nombres de capitales y ríos lejanos recitados a coro como tablas de multiplicar o nóminas de reyes o mandamientos de Dios, la letra absurda de una canción infame que atravesaba la infancia de cabo a rabo. Y nos enseñó también que en cualquiera de los tinteros abiertos sobre el pupitre vivían como dormidas todas las palabras del mundo.

Cada vez que regresaba tras algunas vacaciones perseguíamos en su ropa el olor a carburante de la ciudad. De alguna manera debía de traerse algo del aire de aquellas calles repletas de automóviles y luces, la magia de un mundo en el que era posible sentarse en veladores a la sombra de grandes toldos y ver pasar todo el tiempo tranvías y muchachas.

Algunas tardes, al salir de permanencias, venía a coser a la cocina de mi tía Adoración, que era donde yo estudiaba porque en ningún lugar de mi casa había una luz como aquélla ni un rincón tan acogedor como el que me reservaban allí entre el aparente desorden de las telas y los montones de revistas con patrones y figurines. Muchas jóvenes acudían a diario allí para que mi tía les enseñara costura y les ayudase en la preparación de sus pliegas, y doña Adela no paraba de dar ideas sobre posibles motivos para los arabescos de las sábanas, dibujaba iniciales, opinaba sobre si los camisones tenían o no estilo y explicaba al detalle cómo eran las prendas que se exhibían en los escaparates zaragozanos de la calle Alfonso. A media tarde pasaban las más mayores a una salita a tomarse el café, decían que para evitar que alguna taza se derramase sobre las telas, pero en realidad era para hablar de sus cosas, todo ese mundo femenino a mitad de camino entre la saña del lavadero y las revistas de moda que llegaban de Francia llenas de señoritas con las rodillas doradas. Tenía que coger el gran reloj despertador que había sobre la mesa y metérmelo debajo de la ropa si quería ahogar algo de la ruidosa furia con que aquel aparato señalaba la huida del tiempo y tener la oportunidad de escuchar aunque fueran fragmentos, palabras sueltas que llegaban de la habitación de al lado. Así supe de la añoranza que doña Adela sentía por las noches, de lo incómoda que estaba en su casa de patrona, de ciertas cartas que no llegaban nunca, nombres de varón pronunciados como pecados, sueños dejados estar. Estas confesiones cazadas furtivamente tras el tabique supusieron el acercamiento a una mujer de carne y hueso con lágrimas dentro y sangre y nostalgias como todos, y me dieron cierta base real para -tal como me gustaba hacer- aventurar el hilo de sus pensamientos en tantos paseos solitarios como solía dar por las veredas cercanas. Y fue también en una de esas tardes de azulete y café de puchero cuando la escuché hablar de la guerra, borrosamente, de paredones y fugas y vidas mutiladas para siempre.
A decir verdad, desde el principio se comentaba en el pueblo que ella no tenía una camisa azul para las grandes ocasiones como la maestra de antes y que los niños ya no aprendían con ella más himnos triunfales, sólo canciones de corro, el patio de mi casa y todas esas cosas, tonterías para saltar a la cuerda o poesías sobre las estaciones del año, versos de flores y pájaros. Siguió esparciendo gotas de decepción la tarde del Vía Crucis, cuando solo muy bajito y como para sus adentros cantaba aquello de perdona a tu pueblo, como si no conociera la canción o, peor aún, la cosa no fuera con ella, justo al revés que la maestra de antes, fundadora precisamente del coro de la iglesia, que lanzaba sin pudor su voz chillona contra el viento perfumado de incienso.

Dicen que el motivo de su marcha no fue que pretendiese llevarnos a los alumnos de excursión a ver el mar con cargo a las arcas municipales, ni aquel poema del rojo Machado sobre las moscas que nos hizo aprendernos de memoria, ni los celos de las madres hartas de oír en boca de sus críos el nombre de doña Adela para arriba y para abajo, ni siquiera los informes que el secretario iba solicitando a hurtadillas  sobre su familia y su afección al Régimen y su conducta en anteriores destinos. Todo vino, más tarde lo supimos, por culpa de una petición formal que doña Adela hizo al cura párroco rogándole que los restos mortales del padre de mi tía Adoración, a la sazón mi abuelo, ametrallado años atrás contra la tapia del cementerio, fueran exhumados de la vergonzante fosa común y enterrados en sagrado junto a los de su esposa.

La nueva maestra enviada por el Ministerio para sustituirla se negó a estrecharle la mano en el relevo. Pero en su camino de regreso hacia la parada del coche de línea la acompañamos todos los niños de la escuela, y los mismos perros que le habían ladrado a su llegada, pugnaban ahora por lamerle las manos. Cuando el autobús rugió y comenzó a descender ruidosamente hacia la carretera con ella dentro, fue como cuando esos oleajes terribles provocados por los volcanes del Pacífico borran como si nada las ínsulas de los mapas. Nos quedamos sin la isla en el pueblo de la noche a la mañana, sin la mansedumbre de su imagen recitando versos o recogiendo por los alrededores minerales o flores. Sólo pura agua interminable y adusta, como el infinito lomo de un monstruo de piel helada y gris.

Cuando por primera vez se presentó ante mis ojos toda la majestuosidad de ese Mediterráneo luminoso que a ella le habían impedido mostrarme, no tuve más remedio que volver a pensar en doña Adela y en todas las cosas que aquel curso me enseñó, las coletillas latinas, los viejos libros que acabó por regalarme, las Lecturas agrícolas, de Dantín Cereceda, el Tratado de Aritmética, de don Juan Cortázar, y, por encima de eso, el mundo tras los montes, el sentido de la Historia, la sed de libertad; pero, sobre todo, cómo hay que tratar al miedo cuando aletea cerca si se quiere vivir con la cabeza alta.

Si hoy miro en el interior de un tintero, me veo reflejado sobre esa mínima superficie temblorosa y sé que, bajo mi perpleja imagen estampada en negro, aguardan como dormidas todas las palabras del mundo. La primera, su nombre. El nombre de una isla sumergida.

Cuentos de Carlos Castán, Páginas de espuma 

4 de junio de 2024

El Rincón de la Poesía: Piedad Bonnett

 


Piedad Bonnett,

XXXIII Premio Reina Sofía 

de Poesía Iberoamericana


Piedad Bonnett, una de las autoras latinoamericanas más reconocidas, ha sido galardonada con el XXXIII Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. Su poesía intimista, emocional, reflexiona sobre el sinsentido de la vida y sobre la muerte, al tiempo que lucha contra la deshumanización.

ORACIÓN

Para mis días pido,
Señor de los naufragios,
no agua para la sed, sino la sed,
no sueños
sino ganas de soñar.
Para las noches,
toda la oscuridad que sea necesaria
para ahogar mi propia oscuridad.

 

 

LAS CICATRICES

No hay cicatriz, por brutal que parezca,
que no encierre belleza.
Una historia puntual se cuenta en ella,
algún dolor. Pero también su fin.
Las cicatrices, pues, son las costuras
de la memoria,
un remate imperfecto que nos sana
dañándonos. La forma
que el tiempo encuentra
de que nunca olvidemos las heridas.

3 de junio de 2024

Centenario de la muerte de Franz Kafka

El término kafkiano remite a una situación absurda, angustiosa. Todo lo que rodea a Kafka es kafkiano, empezando por su obra, que nos ha llegado en contra de su voluntad, pues él pidió a su amigo Max Brod que, a su muerte, quemara todos sus manuscritos, aunque este, afortunadamente, no le hizo caso y hoy, cuando se celebran 100 años de su muerte, podemos seguir disfrutando de sus libros. Queremos recomendaros tres de sus novelas más conocidas, con las que podréis aventuraros en sus desconcertantes universos:

Cuando Gregorio Samsa se despertó aquella mañana, después de un sueño agitado, se encontró sobre su cama convertido en un insecto monstruoso. Estaba echado sobre el quitinoso caparazón de su espalda, y al levantar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas durezas, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia.

Alguien tenía que haber calumniado a Josef K. pues fue detenido una mañana sin haber hecho nada malo. La cocinera de la señora Grubach, su casera, que le llevaba todos los días a eso de las ocho de la mañana el desayuno a su habitación, no había aparecido. Era la primera vez que ocurría algo semejante. K esperó un rato más. Apoyado en la almohada, se quedó mirando a la anciana que vivía frente a su casa y que le observaba con una curiosidad inusitada. Poco después, extrañado y hambriento, tocó el timbre. Nada más hacerlo, se oyó cómo llamaban a la puerta y un hombre al que no había visto nunca entró en su habitación.

Cuando K llegó era noche cerrada. El pueblo estaba cubierto por una espesa capa de nieve. Del castillo no se podía ver nada, la niebla y la oscuridad lo rodeaban, ni siquiera el más débil rayo de luz delataba su presencia. K permaneció largo tiempo en el puente de madera que conducía desde la carretera principal al pueblo elevando su mirada hacia un vacío aparente.

27 de mayo de 2024

XIV Rally Fotográfico Literario

PRINCIPIOS

    Este año el tema escogido es “Principios”, palabra polisémica que nos acerca al primer instante de algo, a las normas fundamentales que rigen la conducta o incluso al inicio de algunos libros que hablan de orígenes. Hemos seleccionado estos seis textos para que nuestros alumnos los ilustraran con sus imágenes.

    Y esta es la propuesta que nos han hecho las hermanas  María y Laura Figuero Casas (de 1º de Bach. C), ganadoras un año más del premio al Mejor Conjunto Fotográfico

           1.  En el principio, Dios creó los cielos y la tierra.

La tierra no tenía entonces ninguna forma; todo era un mar profundo cubierto de oscuridad y el espíritu de Dios se movía sobre el agua.

Entonces Dios dijo: “Que haya luz”. Y hubo luz. Al ver Dios que la luz era buena, la separó de la oscuridad y la llamó «día», y a la oscuridad la llamó «noche». De este modo se completó el primer día.

La Biblia, Génesis 1:1



    2. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Gabriel García Márquez, Cien años de soledad



    3. Van forjando al rocío fondo y forma
en la secreta fragua, […]
Y cómo estos principios se combinan
para pulir, tal piedra de diamante,
el silencio y la rosa
de donde nace al fin, como del poro
de la noche agitada van naciendo
nuestros sueños más íntimos,
esa pequeña gota
destilada en el tallo de cualquier loca avena.

Andrés Trapiello, “A una gota de rocío”


        4. Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie. Era la primera vez que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, me parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche”.

Carmen Laforet, Nada


5. En el principio era el amor.
En todo tenía su reino.
La noche entera era el latido
de tan hondo enamoramiento.

El amor y las almas, juntos
fueron creando el Universo.
Las almas fueron su metal.
El amor su mágico fuego.

En el principio era el amor.
Los cuerpos estaban desiertos,
y cada cuerpo buscó un alma
que lo tuviera prisionero.

 José Hierro, “Dos fábulas para tiempos sombríos” (Génesis) 




        6. Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas.

C.J. Cela, La familia de Pascual Duarte

 







En la modalidad de Mejor Fotografía, las ganadoras han sido Sara y Vega López Martín (de 4º ESO A), que han ilustrado con esta fotografía el inicio de La familia de Pascual Duarte:
"Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, 
y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas."


Enhorabuena a las galardonadas
gracias a todos los que habéis participado.

XVI Concurso de Poesía y Relato corto Francisco Salinas

Este año hemos celebrado el XVI Concurso de Poesía y Relato corto Francisco Salinas con el tema: "Principios". En la modalidad de Poesía, la ganadora ha sido Claudia García Prieto de 1º ESO A; y en la modalidad de Relato corto, el ganador ha sido Abdul Ahad Uddin, de 3º ESO D. Desde aquí les damos a ambos la enhorabuena.


 LA VIDA ES UN PRINCIPIO

Todo tiene su principio
y todo tiene un final,
pero lo mejor de todo
es poderlo disfrutar.
Disfrutar de nuestra vida
para poder comenzar
ese interesante viaje
que nos toca vivenciar.
Son esos primeros pasos
que nos enseñan a dar
nuestros padres y abuelos
sin dejarnos de mirar.
El primer día de colegio,
con el miedo de mamá
porque aún no se ha enterado
que he crecido de verdad.
Luego llega el instituto,
los primeros días son
como si ya de repente
te hubieses hecho mayor.
Estos y otros principios
ya me ha tocado vivir
pero a partir de ahora
principios me quedan mil.

Claudia García Prieto

1º ESO A

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PRINCIPIOS 

En la gran ciudad estaba nevando. Mi nombre es Daniel y estaba viendo desde la enorme ventana de mi habitación los blancos copos de nieve cayendo sobre la ciudad, cubriéndola de un hermoso manto blanco. En ese momento, recordé las últimas palabras de mis padres antes de que se fueran de viaje por trabajo a la capital. Dijeron que volverían después de 5 días, exactamente el viernes, y que no me sintiera solo puesto que mi abuela estaría conmigo y, para recompensarme, me regalarían una laptop, aunque yo ya estoy muy acostumbrado a estos tipos de regalos: tengo una Play Station, un Samsung Galaxy Ultra Pro-Max, dos Rolex y de paga, 100 euros a la semana. Sin embargo, lo que realmente me gustaría sería sentir nuevas sensaciones como las que me transmitían las películas.

Mi madre era una abogada conocida en todo el país y mi padre, el dueño de una empresa famosa de aviones llamada “Chanax”; básicamente éramos millonarios. Muchos estarían celosos de mi vida, pero prefiriría una vida normal, pues lo cierto es que ellos estaban tan ocupados que ni si quiera los conocía bien. Venían cada cinco días y se quedaban un par de ellos; por eso, mis padres eran para mí dos desconocidos; sin embargo, mi abuela era la persona que más quería, porque me demostraba su amor sin tantos lujos, me apoyaba en todo y ese era el mejor regalo que me podía hacer. A veces, cuando me sentía solo, llamaba a mis mejores amigos para quedar con ellos, Ahmed, Robín e Isa.

De repente, me acordé de que tenía que acabar los deberes de Lengua que había mandado la señora Fátima. El ejercicio consistía en hacer una redacción de nuestras tradiciones familiares; el título era “Mis principios”. No sabía nada de ellas, pero me acordé de repente de la abuela. Tenía 66 años, seguro que sabía algo, me dije a mí mismo. Me fui a nuestro gigantesco salón, donde estaba bordando hermosos tulipanes en una preciosa tela blanca. Me acerqué y le pregunté:

- ¿Cuáles son las costumbres de nuestra familia?

La abuela me dijo:

-Daniel, nuestros principios son muy antiguos, pero esas costumbres han desaparecido desde que tu padre empezó a trabajar; concretamente, hace 10 años que no se celebra la Cuertafía.

-Abuela, ¿qué es la Cuertafía?.

Me explicó que era una festividad que se celebraba el 21 de enero, en honor a nuestro antepasado Muhammad de Cuella, creador de la familia. En esta fiesta, las mujeres cocinaban comida típica, los hombres decoraban el salón y los ancianos contaban historias a los más pequeños. Yo escuchaba atentamente las palabras de mi abuela y apuntaba todo en mi libreta.

Al día siguiente, en clase, mientras esperaba mi turno para leer mi redacción, me aburría y pensaba cuándo se acabaría la clase y podría irme a jugar a la Play. Llegó mi turno, leí mi redacción y la señora Fátima me puso un 10. Mi profesora era una señora alta y joven, de unos 29 años, muy amable.

Regresé a casa. Cuando llegué, fui directo a mi habitación, a jugar a la Play, como me había prometido a mí mismo, pero de pronto mi abuela me llamó. Vi que estaban mis padres, y  me quedé asombrado, y también vi que mi abuela estaba llorando.

- ¿Qué ocurre, por qué estáis vosotros y por qué la abuela está llorando?

- Hijo, nos vamos a vivir a la capital; y no te preocupes por tu abuela, ella está llorando porque vamos a vender la casa.

- ¡Qué! Pero este es mi hogar, mis recuerdos, donde están mis amigos, y este palacio es el hogar de cinco generaciones familiares, aquí se encuentran nuestros principios y costumbres.

-Este viejo palacio no será mejor que nuestra mansión y además vas a tener nuevos amigos. No te sientas mal, te vamos a regalar una Smart TV y un viaje en primera clase a las Maldivas –dijo mi padre.

-Padre, la vida no consiste solo en tener dinero, hay cosas más importantes, y vosotros, que para mí sois unos verdaderos desconocidos, os preocupáis más por vuestro trabajo que por mí. Por eso quiero estar con mis amigos y con la abuela; ellos sí que me conocen bien.

Mi padre, enfadado, me ordenó que me fuese a mi habitación. M e fui corriendo, llorando sin parar, pensando que mi opinión no tenía sentido y que era la persona más desafortunada del mundo. Después de un rato agobiante, vino mi padre y me dijo que ellos se iban a vivir a la capital y que volverían cada 2 meses. Que yo me iba a quedar solo con la abuela en el palacio. Me alegré tanto que fui corriendo hacia ella para calmarla y darle la buena noticia. Mi abuela también se puso feliz.

Pasaron dos meses, al día siguiente, el 4 de enero, iban a venir mis padres y mi abuela me preguntó si me sentía alegre. Yo asentí, pero me sentía mal por la última vez que había estado con ellos, por si se sentían mal por lo que había dicho o por si pensaban que no los quería o... Mi mente daba muchas vueltas. Mi abuela me notó que estaba preocupado:

-No sufras; tus padres no se lo van a tomar mal. ¿Qué te parece si hacemos una fiesta?

-¿Y si celebramos la Cuertafia? Y no solo eso, también llamaremos a toda la familia.

Mi abuela dijo que sí de una forma alegre. Llamamos a los miembros de la familia y todos aceptaron. Llegó el día. Mi familia estaba presente, éramos 120 personas; empezamos a decorar el gran salón de ceremonias. Mis padres llegaron y se sorprendieron, pero lo celebraron con nosotros. Me alegré tanto de saber que por fin a  mis padres les importaba la familia.

Abdul Ahad Uddin
3º ESO D