(1926-2021)
Espera
Y tú me dices
que tienes los pechos rendidos de esperarme,
que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.
Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en vano
desde la soledad en la que tú me gritas
que sigues esperándome.
Y tú me lo dices que estás tan hecha
a esta deshabitada cerrazón de la carne
que apenas si tu sombra se delata,
que apenas si eres cierta
en la oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.
La clave venturosa de la vida
Recuerdo paso a paso aquel camino
de tierra oscurecida por la lluvia, con charcos
despiadados, alambradas hirsutas
en las lindes y unos chopos sin hojas
afligiendo al paisaje.
Un lugar anodino,
difuso, apenas predecible, y sin embargo
dotado de una nítida hermosura,
no por ningún expreso ornato natural
sino porque precisamente allí, hace ya tiempo,
percibí de improviso una presencia
parecida a la plenitud, ese raudo bosquejo
que irrumpe en la memoria y se incorpora
ya para siempre a los indubitables
rudimentos de la felicidad.
Sólo eso:
unos ojos pendientes de los míos,
y en ellos, descifrándose,
la clave venturosa de la vida.
Qué versos más puros.
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