9 de mayo de 2021

El Rincón de la Poesía

 Adiós a Caballero Bonald
(1926-2021)

No te preocupes no me he ido,
¿cómo iba a irme sin saber?
Somos el tiempo que nos queda.
(J. M. Caballero Bonald)

    Hoy despedimos a este magnífico poeta del Grupo de los 50, premiado en múltiples ocasiones; destacamos el Premio Adonáis por su primer libro de poesía, Las adivinaciones (1952), el Premio Reina Sofía 2004, el Premio Nacional de las Letras Españolas en 2005 y un año más tarde el Premio Nacional de Poesía por Manual de infractores; el Premio Francisco Umbral por Desaprendizajes y el Premio Cervantes en 2012. Le dedicamos este homenaje para que con la lectura de sus versos siga viviendo a través de su palabra.

Espera

Y tú me dices
que tienes los pechos rendidos de esperarme,
que te duelen los ojos de estar siempre vacíos de mi cuerpo,
que has perdido hasta el tacto de tus manos
de palpar esta ausencia por el aire,
que olvidas el tamaño caliente de mi boca.

Y tú me lo dices que sabes
que me hice sangre en las palabras de repetir tu nombre,
de lastimar mis labios con la sed de tenerte,
de darle a mi memoria, registrándola a ciegas,
una nueva manera de rescatarte en vano
desde la soledad en la que tú me gritas
que sigues esperándome.

Y tú me lo dices que estás tan hecha
a esta deshabitada cerrazón de la carne
que apenas si tu sombra se delata,
que apenas si eres cierta
en la oscuridad que la distancia pone
entre tu cuerpo y el mío.


La clave venturosa de la vida

 

Recuerdo paso a paso aquel camino

de tierra oscurecida por la lluvia, con charcos

despiadados, alambradas hirsutas

en las lindes y unos chopos sin hojas

afligiendo al paisaje.

               Un lugar anodino,

difuso, apenas predecible, y sin embargo

dotado de una nítida hermosura,

no por ningún expreso ornato natural

sino porque precisamente allí, hace ya tiempo,

percibí de improviso una presencia

parecida a la plenitud, ese raudo bosquejo

que irrumpe en la memoria y se incorpora

ya para siempre a los indubitables

rudimentos de la felicidad.

               Sólo eso:

unos ojos pendientes de los míos,

y en ellos, descifrándose,

la clave venturosa de la vida.

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