“Al
fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero
enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de
en medio está parado, tendrá un problema mecánico, se le habrá soltado el cable
del acelerador, o se le agarrotó la palanca de la caja de velocidades, o una
avería en el sistema hidráulico, un bloqueo de frenos, un fallo en el circuito
eléctrico, a no ser que, simplemente, se haya quedado sin gasolina, no sería la
primera vez que esto ocurre. El nuevo grupo de peatones que se está formando en
las aceras ve al conductor inmovilizado braceando tras el parabrisas mientras
los de los coches de atrás tocan frenéticos el claxon. Algunos conductores han
saltado ya a la calzada, dispuestos a empujar al automóvil averiado hacia donde
no moleste. Golpean impacientemente los cristales cerrados. El hombre que está
dentro vuelve hacia ellos la cabeza, hacia un lado, hacia el otro, se ve que
grita algo, por los movimientos de la boca se nota que repite una palabra, una no,
dos, así es realmente, como sabremos cuando alguien, al fin, logre abrir una
puerta, Estoy ciego.
[…]La
ocurrencia había brotado de la cabeza del ministro mismo. Era, por cualquier
lado que se la examinara, una idea feliz, incluso perfecta, tanto en lo
referente a los aspectos meramente sanitarios del caso como a sus implicaciones
sociales y a sus derivaciones políticas. Mientras no se aclarasen las causas,
o, para emplear un lenguaje adecuado, la etiología del mal blanco, como gracias
a la inspiración de un asesor imaginativo la malsonante palabra ceguera sería
designada, mientras no se encontrara para aquel mal tratamiento y cura, y quizá
una vacuna que previniera la aparición de casos futuros, todas las personas que
se quedaran ciegas, y también quienes con ellas hubieran tenido contacto físico
o proximidad directa, serían recogidas y aisladas, para evitar así ulteriores
contagios que, de verificarse, se multiplicarían según lo que matemáticamente
es costumbre denominar progresión geométrica. Quod erat demonstrandum, concluyó el ministro. En palabras al
alcance de todo el mundo, se trataba de poner en cuarentena a todas aquellas
personas, de acuerdo con la antigua práctica, heredada de los tiempos del
cólera y de la fiebre amarilla, cuando los barcos contaminados, o simplemente
sospechosos de infección, tenían que permanecer apartados cuarenta días, Hasta ver.
[…] Ahora hay que decidir dónde los metemos, señor ministro, dijo el presidente
de la Comisión de Logística y Seguridad, nombrada al efecto con toda prontitud,
que debería encargarse del transporte, aislamiento y auxilio a los pacientes,
De qué posibilidades inmediatas disponemos, quiso saber el ministro, Tenemos un
manicomio vacío, en desuso, a la espera de destino, unas instalaciones
militares que dejaron de ser utilizadas como consecuencia de la reciente
reestructuración del ejército, una feria industrial en fase adelantada de
construcción, y hay también, y no han conseguido explicarme por qué, un
hipermercado en quiebra, Y, en su opinión, cuál serviría mejor a los fines que
nos ocupan, El cuartel es lo que ofrece mejores condiciones de seguridad,
Naturalmente, Tiene, no obstante, un inconveniente, es demasiado grande, y la
vigilancia de los internos sería difícil y costosa,[…]”
José Saramago, Ensayo
sobre la ceguera
#Nuestrosalumnosrecomiendan Ensayo sobre la ceguera
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