LUIS MATEO DÍEZ
PREMIO CERVANTES 2023
Damos la enhorabuena a Luis Mateo Díez, reciente ganador del Premio Cervantes 2023.
Una muestra de su maestría literaria como narrador son los cuentos. Os proponemos la lectura de uno de sus relatos breves sobre amores de ida y vuelta, en el que el autor conjuga el humor y la sorpresa, que ponen de manifiesto lo paradójico de la existencia.
(De Los males menores)
Cuando Amparo me dijo que no me quería,
después de seis meses de tenaz noviazgo, me recluí en casa de mi tía Eredia por
espacio de tres meses.
El amor de Luisina un año más tarde vino
a curar aquella herida que seguía sin cerrarse. Fue un tiempo corto, eso sí, de
felicidad e ilusiones. Entender la decisión de Luisina de abandonar el mundo
para profesar en la Esclavas me costó una úlcera de duodeno. A mi natural
melancolía se unió esa tristeza sin fondo que ni los auxilios espirituales
logran paliar.
Irene llegó a mi vida en un baile de
verano al que mi amigo Aurelio me llevó como quien dice a punta de pistola. Que
dos años más tarde aquella tierna seductora se fuese precisamente con Aurelio,
yugulando a un tiempo amor y amistad, fue lo que provocó, en el abismo de la
desgracia sentimental, mi hospitalización.
Antonia era una enfermera compadecida que me sacó a flote usando todos los
atributos que una mujer puede poseer. El amor del enfermo es un amor sudoroso y
lleno de pesares, más frágil que ninguno. Cuando una tarde vi a Antonia y al
Doctor Simarro besándose en el jardín me metí para el cuerpo un tubo de
aspirinas. Gracias como siempre a mi tía Eredia, culminé tras la crisis la
desolada convalecencia y, cuando definitivamente me sentí repuesto, comencé a
considerar la posibilidad de retirarme del mundo, habida cuenta de que mis
convicciones religiosas se habían fortalecido.
Fue entonces cuando me escribió Amparo
reclamando mi perdón y reconociendo la interpretación errónea que había hecho
de su amor por mí. Nos casamos en seguida y todo iba bien hasta que Luisina,
que colgó los hábitos, volvió para recuperar mi amor e Irene y Antonia,
bastante desgraciadas en sus respectivos derroteros sentimentales, regresaron
para restablecer aquella fidelidad herida convencidas, cada una por razones
distintas, de que único amor verdadero era el mío.
Mi tía Eredia anda la mujer muy preocupada y yo, como dice mi amigo Gonzalo, sobrellevo con astucia y aplomo desconocidos mi destino, trabajando en tantos frentes a la vez. Y me voy convenciendo de que existe una rara justicia amorosa que nos hace cobrar los abandonos, aunque su aplicación puede acabar resultando perjudicial para la salud.
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