4 de marzo de 2020

Animación a la lectura... con Fernando Saldaña

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Leyendas tradicionales

   Nuestros alumnos de 1º de la ESO, guiados por la magia y las palabras de Fernando Saldaña, han disfrutado de una selección de leyendas tradicionales con un hilo común, la presencia del diablo. La historia de la Cueva de Salamanca, la construcción del Acueducto de Segovia o la leyenda del sillón del diablo han cobrado vida ante nuestros alumnos a través de la magia con la que Saldaña acompaña sus intrigantes relatos.
   Estas sesiones de narración oral han sido cortesía de la editorial Oxford, a la que agradecemos su estrecha colaboración con nuestro instituto.


3 de marzo de 2020

30 años de... literatura española


Este año estamos de aniversario. Nuestro instituto cumple 30 años y para celebrarlo queremos acompañarnos de algunas de las obras de nuestra literatura publicadas en estas tres décadas. Para ello, hemos realizado un recorrido por la poesía, la novela y el teatro que nos han brindado algunos de los autores con más éxito de nuestras letras desde 1990 hasta 2020. Esta es una muestra de algunos de los muchos títulos que os invitamos a degustar.










¡Feliz 30 aniversario!

1 de marzo de 2020

Galdós 2020 (III): Doña Perfecta

Puedes leer aquí Doña Perfecta.
   Os proponemos en esta tercera entrega un fragmento de Doña Perfecta (1876), una de las mejores novelas de tesis de Benito Pérez Galdós, con la que denuncia la "tragedia de España", el fanatismo religioso y la intolerancia característicos de una sociedad inmovilista. Conozcamos un poco mejor a su protagonista, una mujer realmente maquiavélica, en la que el autor personifica la intransigencia y la hipocresía de esa sociedad.

Capítulo XXXI

Doña Perfecta

Ved con cuánta tranquilidad se consagra a la escritura la señora doña Perfecta. Penetrad en su cuarto, a pesar de lo avanzado de la hora, y la sorprenderéis en grave tarea, compartido su espíritu entre la meditación y unas largas y concienzudas cartas que traza a ratos con segura pluma y correctos perfiles. Dale de lleno en el rostro y busto y manos la luz del quinqué, cuya pantalla deja en dulce penumbra el resto de la persona y la pieza casi toda. Parece una figura luminosa evocada por la imaginación en medio de las vagas sombras del miedo.
Es extraño que hasta ahora no hayamos hecho una afirmación muy importante, y es que Doña Perfecta era hermosa, mejor dicho, era todavía hermosa, conservando en su semblante rasgos de acabada belleza. La vida del campo, la falta absoluta de presunción, el no vestirse, el no acicalarse, el odio a  las modas, el desprecio de las vanidades cortesanas eran causa de que su nativa hermosura no brillase o brillase muy poco. También la desmejoraba mucho la intensa amarillez de su rostro, indicando una fuerte constitución biliosa.
Negros y rasgados los ojos, fina y delicada la nariz, ancha y despejada la frente, todo observador la consideraba como acabado tipo de la humana figura: pero había en aquellas facciones cierta expresión de dureza y soberbia que era causa de antipatía. Así como otras personas, aun siendo feas, llaman, doña Perfecta despedía. Su mirar, aun acompañado de bondadosas palabras, ponía entre ella y las personas extrañas la infranqueable distancia de un respeto receloso; mas para las de casa, es decir, para sus deudos, parciales y allegados, tenía una singular atracción. Era maestra en dominar, y nadie la igualó en el arte de hablar el lenguaje que mejor cuadraba a cada oreja.
Su hechura biliosa, y el comercio excesivo con personas y cosas devotas, que exaltaban sin fruto ni objeto su imaginación, la habían envejecido prematuramente, y, siendo joven, no lo parecía. Podría decirse de ella que con sus hábitos y su sistema de vida se había labrado una corteza, un forro pétreo, insensible, encerrándose dentro como el caracol en su casa portátil. Doña Perfecta salía pocas veces de su concha.

14 de febrero de 2020

Versos con amor


 Para celebrar el 14 de febrero “con mucho amor” os proponemos la lectura de dos famosos poemas de Luis Cernuda, dos hermosas declaraciones de amor con las que evocar la enorme fuerza de este sentimiento universal y de sus efectos.

Te quiero...

Te quiero.

Te lo he dicho con el viento
jugueteando tal un animalillo en la arena
o iracundo como órgano tempestuoso;

te lo he dicho con el sol,
que dora desnudos cuerpos juveniles
y sonríe en todas las cosas inocentes;

te lo he dicho con las nubes,
frentes melancólicas que sostienen el cielo,
tristezas fugitivas;

te lo he dicho con las plantas,
leves caricias transparentes
que se cubren de rubor repentino;

te lo he dicho con el agua,
vida luminosa que vela un fondo de sombra;
te lo he dicho con el miedo,

te lo he dicho con la alegría,
con el hastío, con las terribles palabras.
Pero así no me basta;
más allá de la vida
quiero decírtelo con la muerte,
más allá del amor
quiero decírtelo con el olvido.

Si el hombre pudiera decir lo que ama...

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.

Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.

Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero,  porque no he vivido.

5 de febrero de 2020

Galdós 2020 (II): Fernando, el Deseado

   En esta segunda entrega, os proponemos un fragmento de La fontana de oro (1870), la primera novela de Benito Pérez Galdós. Se trata de una novela histórica enmarcada en el reinado de Fernando VII, el "rey felón" para unos y el "rey deseado" para otros. Galdós le dedica uno de los últimos capítulos de la novela, "Fernando, el Deseado", que se inicia con este caricaturesco retrato:


Retrato de Fernando VII,
 por Vicente López Portaña
Fernando no contestó: había inclinado la cabeza y parecía muy meditabundo. La luz de una lujosa lámpara le iluminaba completamente el rostro, aquel rostro execrable que, para mayor desventura nuestra, reprodujeron infinidad de artistas, desde Goya hasta Madrazo. Es terrible la infinita abundancia de retratos de aquella cara repulsiva que nos legó su reinado. España está infestada de efigies de Fernando VII, ya en estampa, ya en lienzo. Esa cara no se parece a la de tirano alguno, como Fernando no se parece a ningún tirano. Es la suya la más antipática de las fisonomías, así como es su carácter el más vil que ha podido caber en un ser humano. Estupenda nariz, que sin ser deforme como la del conde-duque de Olivares, ni larga como la de Cicerón, ni gruesa como la de Quevedo, ni tosca como la de Luis XI, era más fea que todas estas, formaba el más importante rasgo de su rostro, bastante lleno, abultado en la parte inferior, y colocado en un cuerpo de buenas proporciones. La vanidad austriaca no hubiera puesto su boca prominente debajo de la nariz borbónica, símbolo de doblez, con más acierto y simetría que como estaba en la cara de Fernando VII. Dos patillas muy negras y pequeñas le adornaban los carrillos, y sus pelos erizados a un lado y otro parecían puestos allí para darle la apariencia de un tigre en caso de que su carácter cobarde le permitiera dejar de ser chacal. Eran sus ojos grandes y muy negros, adornados con pobladísimas cejas que los sombreaban, dándoles una apariencia por demás siniestra y hosca.
Respecto a su carácter, ¿qué diremos? Este hombre nos hirió demasiado, nos abofeteó demasiado para que podamos olvidarle. Fernando VII fue el monstruo más execrable que ha abortado el derecho divino. Como hombre, reunía todo lo malo que cabe en nuestra naturaleza; como Rey, resumió en sí cuanto de flaco y torpe pueda caber en la potestad real. […] Fernando fue mal hijo: conspiró contra su padre Carlos IV, cuya imbecilidad no disminuía el valor de su benevolencia; conspiró contra el Trono que debía heredar más tarde, y aun amenazó la vida del que le dio el ser. Después se arrastró a los pies de Napoleón como un pordiosero, mientras España entera sostenía por él una lucha que asombró al mundo. Al volver del destierro, pagó los esfuerzos de los que él llamaba sus vasallos, con la más fría ingratitud, con la más necia arrogancia, con la anulación de todos los derechos proclamados por los constituyentes de Cádiz, con el destierro o la muerte de los españoles más esclarecidos; encendió de nuevo las hogueras de la Inquisición; se rodeó de hombres soeces, despreciables e ignorantes, que influían en los destinos públicos, […]; persiguió la virtud, el saber, el valor; dio abrigo a la necedad, a la doblez,  a la cobardía, las tres fases de su carácter. […] …terminó en 1833, en que Dios arrancó de la tierra el alma del Rey, y entregó su cuerpo a los sótanos del Escorial, donde aún creemos que no ha acabado de pudrirse.


Puedes leer aquí La fontana de oro.

30 de enero de 2020

Día de la Paz: 75 años de Auschwitz


Día Escolar de la Paz 

la No Violencia

   Este año se celebran 75 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, por lo que os proponemos varios libros con los que reflexionar sobre el Holocausto, porque, como afirmaba Primo Levi: "Ocurrió. En consecuencia puede volver a ocurrir...y puede ocurrir en cualquier lugar".



19 de enero de 2020

Galdós-2020 (I): "La novela en el tranvía"


Retrato del joven Benito Pérez Galdós,
de N. Massieu y Falcón (BNE)
Con motivo del centenario de su muerte, nos sumamos al homenaje a Benito Pérez Galdós, uno de los más grandes novelistas de la historia literaria española, “el océano de las letras”, como lo calificó Ramón Pérez de Ayala. Y lo hacemos con la lectura de una selección de textos que iremos publicando regularmente para acercarnos a las diversas etapas de su obra.
Comenzamos con uno de sus cuentos breves, “La novela en el tranvía”, un divertimento literario que Galdós publica en La Ilustración de Madrid en 1871, es decir, en los inicios de su carrera como escritor. Se trata de una sátira de los folletines, en la que, a lo largo de un viaje en tranvía, un personaje narrador, obsesionado por la tragedia de una condesa, va forjando de manera descabellada una historia fantástica de supuestas relaciones ilícitas, celos y venganza, tomando como fuente de inspiración los encuentros que el viaje le depara. Una divertida  historia que, además, plantea a modo de esbozo la propia creación de una novela.

La novela en el tranvía

- I -

El coche partía de la extremidad del barrio de Salamanca, para atravesar todo Madrid en dirección al de Poza. Impulsado por el egoísta deseo de tomar asiento antes que las demás personas movidas de iguales intenciones, eché mano a la barra que sustenta la escalera de la imperial, puse el pie en la plataforma y subí; pero en el mismo instante ¡oh previsión! tropecé con otro viajero que por el opuesto lado entraba. Le miro y reconozco a mi amigo el Sr. D. Dionisio Cascajares de la Vallina, persona tan inofensiva como discreta, que tuvo en aquella crítica ocasión la bondad de saludarme con un sincero y entusiasta apretón de manos.
Nuestro inesperado choque no había tenido consecuencias de consideración, si se exceptúa la abolladura parcial de cierto sombrero de paja puesto en la extremidad de una cabeza de mujer inglesa, que tras de mi amigo intentaba subir, y que sufrió, sin duda por falta de agilidad, el rechazo de su bastón.
Nos sentamos sin dar al percance exagerada importancia, y empezamos a charlar. El señor don Dionisio Cascajares es un médico afamado, aunque no por la profundidad de sus conocimientos patológicos, y un hombre de bien, pues jamás se dijo de él que fuera inclinado a tomar lo ajeno, ni a matar a sus semejantes por otros medios que por los de su peligrosa y científica profesión. Bien puede asegurarse que la amenidad de su trato y el complaciente sistema de no dar a los enfermos otro tratamiento que el que ellos quieren, son causa de la confianza que inspira a multitud de familias de todas jerarquías, mayormente cuando también es fama que en su bondad sin límites presta servicios ajenos a la ciencia, aunque siempre de índole rigurosamente honesta.
Nadie sabe como él sucesos interesantes que no pertenecen al dominio público, ni ninguno tiene en más estupendo grado la manía de preguntar, si bien este vicio de exagerada inquisitividad se compensa en él por la prontitud con que dice cuanto sabe, sin que los demás se tomen el trabajo de preguntárselo. Júzguese por esto si la compañía de tan hermoso ejemplar de la ligereza humana será solicitada por los curiosos y por los lenguaraces.
Este hombre, amigo mío, como lo es de todo el mundo, era el que sentado iban junto a mí cuando el coche, resbalando suavemente por su calzada de hierro, bajaba la calle de Serrano, deteniéndose alguna vez para llenar los pocos asientos que quedaban ya vacíos. Íbamos tan estrechos que me molestaba grandemente el paquete de libros que conmigo llevaba, y ya le ponía sobre esta rodilla, ya sobre la otra, ya por fin me resolví a sentarme sobre él, temiendo molestar a la señora inglesa, a quien cupo en suerte colocarse a mi siniestra mano.
-¿Y usted a dónde va? -me preguntó Cascajares, mirándome por encima de sus espejuelos azules, lo que hacía el efecto de ser examinado por cuatro ojos.
Contestéle evasivamente, y él, deseando sin duda no perder aquel rato sin hacer alguna útil investigación, insistió en sus preguntas diciendo:
-Y Fulanito, ¿qué hace? Y Fulanita, ¿dónde está? con otras indagatorias del mismo jaez, que tampoco tuvieron respuesta cumplida.
Por último, viendo cuán inútiles eran sus tentativas para pegar la hebra, echó por camino más adecuado a su expansivo temperamento y empezó a desembuchar.
-¡Pobre condesa! -dijo expresando con un movimiento de cabeza y un visaje, su desinteresada compasión-. Si hubiera seguido mis consejos no se vería en situación tan crítica.
-¡Ah! es claro, -contesté maquinalmente, ofreciendo también el tributo de mi compasión a la señora condesa.
-¡Figúrese usted -prosiguió-, que se han dejado dominar por aquel hombre! Y aquel hombre llegará a ser el dueño de la casa. ¡Pobrecilla! Cree que con llorar y lamentarse se remedia todo, y no. Urge tomar una determinación. Porque ese hombre es un infame, le creo capaz de los mayores crímenes.
-¡Ah! ¡Si es atroz! -dije yo, participando irreflexivamente de su indignación.
-Es como todos los hombres de malos instintos y de baja condición que si se elevan un poco, luego no hay quien los sufra. Bien claro indica su rostro que de allí no puede salir cosa buena.
-Ya lo creo, eso salta a la vista.
-Le explicaré a usted en breves palabras. La Condesa es una mujer excelente, angelical, tan discreta como hermosa, y digna por todos conceptos de mejor suerte. Pero está casada con un hombre que no comprende el tesoro que posee, y pasa la vida entregado al juego y a toda clase de entretenimientos ilícitos. Ella entretanto se aburre y llora. ¿Es extraño que trate de sofocar su pena divirtiéndose honestamente aquí y allí, donde quiera que suena un piano? Es más, yo mismo se lo aconsejo y le digo: «Señora, procure usted distraerse, que la vida se acaba. Al fin el señor Conde se ha de arrepentir de sus locuras y se acabarán las penas». Me parece que estoy en lo cierto.
-¡Ah! sin duda -contesté con oficiosidad, continuando en mis adentros tan indiferente como al principio a las desventuras de la Condesa.
-Pero no es eso lo peor -añadió Cascajares, golpeando el suelo con su bastón-, sino que ahora el señor Conde ha dado en la flor de estar celoso... sí, de cierto joven que se ha tomado a pechos la empresa de distraer a la Condesa.
-El marido tendrá la culpa de que lo consiga.
-Todo eso sería insignificante, porque la Condesa es la misma virtud; todo eso sería insignificante, digo, si no existiera un hombre abominable que sospecho ha de causar un desastre en aquella casa.
-¿De veras? ¿Y quién es ese hombre? -pregunté con una chispa de curiosidad.
-Un antiguo mayordomo muy querido del Conde, y que se ha propuesto martirizar a la infeliz cuanto sensible señora. Parece que se ha apoderado de cierto secreto que la compromete, y con esta arma pretende... qué sé yo... ¡Es una infamia!
-Sí que lo es, y ello merece un ejemplar castigo -dije yo, descargando también el peso de mis iras sobre aquel hombre.
-Pero ella es inocente; ella es un ángel... Pero, ¡calle! estamos en la Cibeles. Sí: ya veo a la derecha el parque de Buenavista. Mande usted parar, mozo; que no soy de los que hacen la gracia de saltar cuando el coche está en marcha, para descalabrarse contra los adoquines. Adiós, mi amigo, adiós.
Paró el coche y bajó D. Dionisio Cascajares y de la Vallina, después de darme otro apretón de manos y de causar segundo desperfecto en el sombrero de la dama inglesa, aún no repuesta del primitivo susto.

Continúa leyendo aquí el resto del cuento.