18 de mayo de 2016

El Rincón de la Poesía

Antonio Colinas
Antonio Colinas,

Premio Reina Sofía 
de 
Poesía Iberoamericana

El escritor Antonio Colinas ha sido galardonado con el XXV Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, convocado conjuntamente por la Universidad de Salamanca y Patrimonio Nacional.
“El inicio de su poesía estuvo muy marcada por el culturalismo de la época para posteriormente cantar como nadie el paisaje y llegar a una poesía muy intimista, con clara influencia de poetas castellanos como San Juan de la Cruz”, ha señalado el portavoz del jurado.
La obra de Colinas es muy variada, ya que ha publicado poesía, novela, ensayo y memorias. Trabajos merecedores, entre otros, del Premio Nacional de la Crítica (1975), el Premio Nacional de Literatura (1982) o el Premio de las Letras de Castilla y León (1999).
Nacido en La Bañeza, León, en 1946, Antonio Colinas es autor de obras tan significativas como Poemas de la tierra y de la sangrePreludios a una noche totalSepulcro en TarquiniaNoche más allá de la noche y Canciones para una música silente. Acaba de publicar recientemente su autobiografía poética Memorias del estanque.

Leer un fragmento
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                         Fe de vida

Esperar junto a este mar (en el que nacieron las ideas)
sin ninguna idea. (Y así tenerlas todas.)
Ser sólo la brisa en la copa del pino grande,
el aroma del azahar, la noche de las orquídeas
en las calas olvidadas.

Sólo permanecer viendo el ave que pasa
y no regresa; quedar
esperando a que el cielo amarillo
arda y se limpie con los relámpagos
que llegarán saltando de una isla a otra isla.
O contemplar la nube blanca
que, no siendo nada, parece ser feliz.
Quedar flotando y transcurriendo de aquí para allá,
sobre las olas que pasan,
como un remo perdido.
O seguir, como los delfines,
la dirección de un tiempo sentenciado.

Ser como la hora de las barcas en las noches de enero,
que se adormecen entre narcisos y faros.
Dejadme, no con la luz del conocimiento
(que nació y se alzó de este mar),
sino simplemente con la luz de este mar.
O con sus muchas luces:
las de oro encendido y las de frío verdor.
O con la luz de todos los azules.

Pero, sobre todo, dejadme con la luz blanca,
que es la que abrasa y derrota a los hombres heridos,
a los días tensos, a las ideas como cuchillos.
Ser como olivo o estanque.
Que alguien me tenga en su mano como a puñado de sal.
O de luz.

Cerrar los ojos en el silencio del aroma
para que el corazón –¡al fin!– pueda ver.
Cerrar los ojos para que el amor crezca en mí.
Dejadme compartiendo el silencio
y la soledad de los porches,
la hospitalidad de las puertas abiertas; dejadme
con el plenilunio de los ruiseñores de junio,
que guardan el temblor del agua en las últimas fuentes.
Dejadme con la libertad que se pierde
en los labios de una mujer.
(De Libro de la mansedumbre)

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