Rendimos homenaje a tres autores representativos de la literatura social, que revolucionaron la poesía, la novela y el teatro españoles de posguerra. Nos referimos a Blas de Otero, Camilo José Cela y Antonio Buero Vallejo. La coincidencia del centenario de su nacimiento nos sirve de pretexto para acercarnos a la lectura de algunas de sus obras más emblemáticas.
Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.
Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para
serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo,
el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos
por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les
ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda
tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un
mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos
otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas
por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y
colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya.
Nací hace ya muchos años –lo menos
cincuenta y cinco– en un pueblo perdido por la provincia de Badajoz; el pueblo
estaba a unas dos leguas de Almendralejo, agachado sobre una carretera lisa y
larga como un día sin pan, lisa y larga como los días –de una lisura y una
largura como usted para su bien, no puede ni figurarse– de un condenado a
muerte.
Era un pueblo caliente y soleado,
bastante rico en olivos y guarros (con perdón), con las casas pintadas tan
blancas, que aún me duele la
vista al recordarlas, con una plaza toda de losas, con una hermosa fuente de
tres caños en medio de la plaza.
Camilo J. Cela: La familia de Pascual
Duarte
Facsímil de La familia de Pascual Duarte (BNE) |
ANTONIO BUERO VALLEJO
FERNANDO.- (Más calmado y
levemente despreciativo) ¿Sabes lo que te digo? Que el tiempo lo dirá todo. Y
que te emplazo. (URBANO le mira) Sí, te emplazo para dentro de... diez años,
por ejemplo. Veremos, para entonces, quién ha llegado más lejos; si tú con tu
sindicato o yo con mis proyectos.
URBANO.-Ya sé que yo no llegaré
muy lejos; y tampoco tú llegarás. Si yo llego, llegaremos todos. Pero lo más
fácil es que dentro de diez años sigamos subiendo esta escalera y fumando en
este «casinillo».
FERNANDO.-Yo, no. (Pausa) Aunque
quizá no sean muchos diez años...
Pausa.
URBANO.-(Riendo) ¡Vamos! Parece que no estás muy seguro.
FERNANDO.-No es eso, Urbano. ¡Es
que le tengo miedo al tiempo! Es lo que más me hace sufrir. Ver cómo pasan los
días, y los años..., sin que nada cambie. Ayer mismo éramos tú y yo dos críos
que veníamos a fumar aquí, a escondidas, los primeros pitillos... ¡Y hace ya
diez años! Hemos crecido sin darnos cuenta, subiendo y bajando la escalera,
rodeados siempre de los padres, que no nos entienden; de vecinos que murmuran
de nosotros y de quienes murmuramos... Buscando mil recursos y soportando
humillaciones para poder pagar la casa, la luz... y las patatas. (Pausa.) Y
mañana, o dentro de diez años que pueden pasar como un día, como han pasado estos
últimos..., ¡sería terrible seguir así! Subiendo y bajando la escalera, una
escalera que no conduce a ningún sitio; haciendo trampas en el contador,
aborreciendo el trabajo..., perdiendo día tras día... (Pausa.) Por eso es
preciso cortar por lo sano.
URBANO.-¿Y qué vas a hacer?
FERNANDO.-No lo sé. Pero ya haré
algo.
URBANO.-¿Y quieres hacerlo solo?
FERNANDO.-Solo.
URBANO.-¿Completamente?
Pausa.
FERNANDO.-Claro.
URBANO.-Pues te voy a dar un consejo. Aunque no lo creas, siempre necesitamos de los demás. No podrás luchar solo sin cansarte.
URBANO.-¿Completamente?
Pausa.
FERNANDO.-Claro.
URBANO.-Pues te voy a dar un consejo. Aunque no lo creas, siempre necesitamos de los demás. No podrás luchar solo sin cansarte.
Antonio Buero Vallejo, Historia de una escalera
(Fragmento del Acto
Primero)
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