Continuamos con nuestra selección de personajes galdosianos. En esta ocasión os proponemos el retrato de la protagonista de Fortunata
y Jacinta, obra cumbre de la narrativa de
Benito Pérez Galdós, en la que nuevamente destacan los personajes femeninos. A través de un triángulo amoroso (Fortunata-Juanito
Santa Cruz-Jacinta), Galdós denuncia la discriminación que sufre la mujer en la
sociedad decimonónica, víctima de la doble moral.
El propio Juan Santa Cruz cuenta a su mujer Jacinta quién es Fortunata y su relación con ella:
El propio Juan Santa Cruz cuenta a su mujer Jacinta quién es Fortunata y su relación con ella:
Parte I (V: Viaje de novios)
«¡Si la hubieras visto...!
Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, muy semejantes a los de la Virgen
del Carmen que antes estaba en Santo Tomás y ahora en San Ginés. Pregúntaselo a
Estupiñá, pregúntaselo si lo dudas... a ver... Fortunata tenía las manos bastas
de tanto trabajar, el corazón lleno de inocencia... Fortunata no tenía
educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las
equivocaba. Decía indilugencias, golver, asín. Pasó su niñez cuidando
el ganado. ¿Sabes lo que es el
ganado? Las gallinas. Después criaba los palomos a sus pechos. Como los palomos
no comen sino del pico de la madre, Fortunata se los metía en el seno, ¡y si
vieras tú qué seno tan bonito!, sólo que tenía muchos rasguños que le hacían los
palomos con los garfios de sus patas. Después cogía en la boca un buche de agua
y algunos granos de algarroba, y metiéndose el pico en la boca... les daba de
comer... Era la paloma madre de los tiernos pichoncitos... Luego les daba su
calor natural... les arrullaba, les hacía rorrooó... les cantaba canciones
de nodriza... ¡Pobre Fortunata, pobre Pitusa!... ¿Te he dicho que la
llamaban la Pitusa? ¿No?... pues te lo digo ahora. Que conste... Yo la
perdí... sí... que conste también; es preciso que cada cual cargue con su
responsabilidad... Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer
que me iba a casar con ella. ¿Has visto?... ¡Si seré pillín!... Déjame que me
ría un poco... Sí, todas las papas que yo le decía, se las tragaba... El pueblo
es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan
con palabras finas... La engañé, le garfiñé su honor, y tan
tranquilo. Los hombres, digo, los señoritos, somos unos miserables; creemos que
el honor de las hijas del pueblo es cosa de juego... No me pongas esa cara,
vida mía. Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio;
porque... lo que tú dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios,
¿verdad?... y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio
de las calles... justo... su destino es el destino de las perras... Di que sí».
[…]
-Seamos
francos; la verdad ante todo... me idolatraba. Creía que yo no era como los
demás, que era la caballerosidad, la hidalguía, la decencia, la nobleza en
persona, el acabose de los hombres... ¡Nobleza, qué sarcasmo! en la mentira; digo
que no puede ser... y que no, y que no. ¡Decencia porque se lleva una ropa que
llaman levita!... ¡Qué humanidad tan farsante! El pobre siempre debajo; el rico
hace lo que le da la gana. Yo soy rico... di que soy inconstante... La ilusión
de lo pintoresco se iba pasando. La grosería con gracia seduce algún tiempo,
después marca... Cada día me pesaba más la carga que me había echado encima. El
picor del ajo me repugnaba. Deseé, puedes creerlo, que la Pitusa fuera
mala para darle una puntera... Pero, quia... ni por esas... ¿Mala ella? a buena
parte... Si le mando echarse al fuego por mí, ¡al fuego de cabeza! … El hastío
era ya irresistible. La misma Pitusa me era odiosa, como las palabras
inmundas... Un día dije vuelvo, y no volví más... Lo que decía Villalonga:
cortar por lo sano... Yo tenía algo en mi conciencia, un hilito que me tiraba
hacia allá... Lo corté... Fortunata me persiguió; tuve que jugar al escondite.
Ella por aquí, yo por allá... Yo me escurría como una anguila. No me cogía, no.
El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi
casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de
cinco meses... ¡Cambrí de cinco meses...! Alcé los hombros... Dos
palabras él, dos palabras yo... alargué este brazo, y plaf... Izquierdo bajó de
golpe un tramo entero... Otro estirón, y plaf... de un brinco el segundo
tramo... y con la cabeza para abajo... ».
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