“Un año más recuperamos la
palabra de mujeres escritoras que en sus textos reflejan sentimientos,
búsquedas y luchas. Mujeres valientes cuya obra, en muchas ocasiones, ha sido
ignorada. Rescatar hoy su voz es un acto de justicia y reconocimiento hacia
todas ellas.[…] El lema de este año es un homenaje al papel fundamental que han
cumplido en situaciones de conflicto bélico y ayuda a reflexionar y contemplar
con otros ojos una situación de sufrimiento, pero también de generosidad y
compromiso”.
Ana Santos Aramburo, directora de
la BNE
Este año os proponemos una selección de textos de algunas novelas de autoras españolas que han escrito sobre las guerras y han reflexionado sobre las mujeres que viven y sobreviven a ellas, en circunstancias tan diferentes como estas que a continuación os presentamos:
Blanca Álvarez, Palabras de pan
"Por un instante, Santiago piensa que las
mujeres de su vida le han regalado, entre otros muchos presentes, la sabiduría.
Comenzando por las oraciones profanas de aquella abuela cubana y melancólica;
la madre, fuerte como una torre, que preparó su pobre maleta de cartón y lo
animó a buscar otras tierras cuando su padre, pescador, no regresó del mar: la
frágil maestra, su Alondra, que inundó su vida con libros y amor… Y ahora, una
niña ciega y desconocida capaz de extraer de su alma reseca un nuevo estertor
de esperanza.
Las mujeres.
Sabe que el mundo siempre estará en deuda con ellas, capaces de engendrar vida y arroparla, de cultivar trigo y amasar pan, de curar con sus manos y su vigilia, de poner risa y esperanza sobre las ruinas y el desastre. Capaces de conducir hacia la salida del laberinto. Las mujeres.”
Almudena Grandes,
Episodios de una guerra interminable:
Inés y la Alegría
“Dolores piensa en él todos los días, todas las noches, a todas horas, y siempre lleva alguna foto suya encima. Aunque, quizás, sus fotos son muy distintas de las que llevan en el monedero otras personas en la misma situación, y en todas hay un estrado, una mesa, unos micrófonos, un retrato de Marx, otro de Lenin, y demasiada gente alrededor. Quizás, ni siquiera tiene una foto a solas con él, una foto clandestina, relajada, en la sobremesa de una comida o ante un mirador, esas fotos panorámicas de mala calidad que suelen hacerse los amantes ante la balaustrada de un puente o la silueta de una montaña, el brazo de él sobre el hombro de ella, dos sonrisas idénticas y nada más, fotos de esas que tiene todo el mundo. Alguna tendría o quizás no, quizás ni siquiera eso, y sólo puede mirar sus recuerdos, repasar una y otra vez las imágenes congeladas, inmóviles, cada vez más pálidas, de aquel amor que floreció bajo las bombas para reflejarse en el espejo de su propia inquietud.”
Ana
Alonso, Los colores del tiempo
“Estaba en ello cuando llamaron al timbre y, sin esperar a que le dieran
paso, entró la inspectora, doña Mercedes.
Era la primera vez que Adela la veía en
persona, porque la acababan de nombrar. Se trataba de una mujer alta, con el
cabello castaño peinado en ondas y facciones algo masculinas. El conjunto
granate que llevaba era de corte muy moderno, como los que se veían en las
películas americanas más recientes. Caminaba y gesticulaba con desenvoltura.
—Adela Cruz. Ya tenía yo ganas de conocerla —saludó, estrechándole brevemente
la mano—. Me han hablado mucho de usted. Niñas, siéntense mientras hablo con su
maestra. Saquen todas el libro y los cuadernos y pónganse a repasar.
Las niñas se miraron unas a otras. Lucía dejó la pizarra y corrió a su pupitre.
—Es que no tienen libro —explicó Adela—. Como es un barrio humilde, cuesta mucho
que las familias se gasten el dinero, así que utilizamos otros métodos.
—La escuela sin libros. —La inspectora la miró frunciendo levemente sus finas
cejas—. Una metodología muy moderna.
—Usamos mucho los libros, de todas formas —se
justificó Adela, y guio a la mujer hacia el armario con cristalera que hacía
las veces de biblioteca—. Todos los días leemos en voz alta.
—¿Y qué leen?
—Un poco de todo. El Quijote, fábulas…
Mientras Adela hablaba, doña Mercedes abrió el
armario de los libros y comenzó a examinarlos.
—El Catecismo también, supongo.
—Por supuesto. Todos los días.
La inspectora levantó la vista hacia Adela.
Sus largas pestañas oscuras le otorgaban a su mirada una intensidad
aterciopelada.
[…]
Siguió paseando por la clase, despacio, mirándolo todo. Sus tacones resonaban
contra el ennegrecido suelo de madera.
—Lo tiene bastante limpio —observó.
—Las niñas barren la escuela con serrín todos
los días. Y los pupitres los fregamos una vez al mes. A no ser que caiga alguna
mancha de tinta. Entonces, procuramos limpiarla enseguida.
Adela caminaba detrás de doña Mercedes, pendiente de sus movimientos. La
inspectora se detuvo ante uno de los carteles con muestras caligráficas que
decoraban las columnas.
—¿Los ha hecho usted?
—Sí. Distintos tipos de caligrafía, para que
las niñas practiquen.
La inspectora asintió con una mueca aprobadora que casi llegaba a ser una
sonrisa.
—¿Y tiene material? ¿Le hace falta algo? No he visto en su mesa la palmeta.
—Se cayó un día a la estufa —contestó una de
las niñas.
[…]
—¿Es verdad? —preguntó con una sonrisa irónica—. ¿Quemó la palmeta?
Adela le sostuvo la mirada.
—Pues sí. Debió de ser un día que no tiraba la
estufa y no teníamos nada más para quemar. Ya sabe que algunas veces nos mandan
bastante escaso el carbón. Hay que aprovechar lo que se pueda.
La respuesta sonó a mofa, y Adela intentó suavizarla con una sonrisa. No entendía por qué había dicho aquello; le había salido así, sin pensar. Debería haberse limitado a asentir, sin dar ninguna explicación.”
Podéis encontrar estas y otras novelas, también ambientadas en diferentes guerras, en la vitrina del vestíbulo de la biblioteca:
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