25 de mayo de 2020

El Rincón de la Poesía


Después de estar un tiempo alejados de la vida, de la normalidad, volvemos poco a poco a reincorporarnos a ella, con ganas de bebérnosla toda de un trago, pero sabiendo que aún es necesario mantener la distancia y que debemos guardar besos y abrazos para cuando sean seguros. Para paliar esa falta de contacto físico, os proponemos hoy dos poemas llenos de sentimientos, porque también se puede abrazar y acariciar con las palabras.
                                           
Aquellos dedos tuyos...
         Andrés Neuman

Aquellos dedos tuyos,
dormidos como en lana,
urdían la caricia y sus efectos.
¡Tocar era tan fácil
y tanto me abrigaba
desnudar esos dedos
para tejer muñecos temporales!
Ahora tejo tu sombra,
que no es poco tejer cuando se ha amado.



                  Exceso de vida
                 Juan Antonio González Iglesias

Desde que te conozco tengo en cuenta la muerte.
Pero lo que presiento no se parece en nada
a la común tristeza. Más bien es certidumbre
de la totalidad de mis días en este
mundo donde he podido encontrarme contigo.
De pronto tengo toda la impaciencia de todos
los que amaron y aman, la urgencia incompartible
de los enamorados. No quiero geografía
sino amor, es lo único que mi corazón sabe.
En mi vida no cabe este exceso de vida.
Mejor, si te dijera que medito las cosas
(fronteras y distancias) en los términos propios
de la resurrección, cuando nos alzaremos
sobre las coordenadas del tiempo y el espacio,
independientemente del mar que nos separa.
Sueño con el momento perfecto del abrazo
sin prisa, de los besos que quedaron sin darse.
sueño con que tu cuerpo vive junto a mi cuerpo
y espero la mañana en la que no habrá límites.

10 de mayo de 2020

Galdós 2020 (VI): "Soñemos, alma, soñemos"


Retrato de Benito Pérez Galdós, de Joaquín Sorolla, 1894

Estamos viviendo unos tiempos difíciles que nos han pillado por sorpresa a todos. Pero, como ya ha ocurrido en épocas anteriores, conseguiremos salir adelante. Como testimonio de superación de otras crisis pasadas, recurrimos a las palabras de Benito Pérez Galdós, con las que apelaba a la importancia de la educación. Un siglo después, su pensamiento sigue teniendo plena vigencia. Así que, “soñemos, alma, soñemos”.

Como el agua a los campos, es necesaria la educación a nuestros secos y endurecidos entendimientos. Han dicho que no deseamos instruirnos, puesto que no pedimos la instrucción con el ansia del hambriento que quiere pan. La instrucción no se pide de otro modo que por la voz, o mejor, por los signos de la ignorancia. El ignorante es un niño, y el niño no pide más que el pecho, si es chiquitín, o los juguetes, si es grandullón. Aguardar, para la educación de la criatura, a que esta diga «llévenme a la escuela que tengo muchas ganas de ser sabio», es fiar nuestros planes a la infinita pachorra de la Eternidad. Si así lo hiciéramos demostraríamos que los grandes somos tan cerriles como los pequeños.
Procuremos grandes y chicos instruirnos y civilizarnos, persiguiendo las tinieblas que el que menos y el que más llevan dentro de su caletre. El cerebro español necesita más que otro alguno de limpiones enérgicos para que no quede huella de las negruras heredadas o adquiridas en la infancia. Y al paso que nos instruimos, cuidémonos mucho de no ser presumidos ni envidiosos, que el orgullo y el desagrado del bien ajeno son dos feísimas excrecencias adheridas a nuestro ser, que piden un formidable esfuerzo para ser arrancadas y arrojadas al fuego como yerba dañosa. La presunción es cosa muy mala, peor todavía que el desprecio de nosotros mismos, cuando nos da por creer que somos unos bárbaros incapaces de benignos sentimientos, de cultura y de vivir en paz unos con otros. Ni esto sirve para nada, ni menos el suponernos únicos poseedores de la verdad, y los más bonitos, los más agudos que en el mundo existen El odioso remate de estos defectos es la pálida envidia, que nos priva del goce de admirar al que por su ingenio, por su perseverancia o por otra virtud está más alto que nosotros. Seamos modestos, y aprendamos a no estirar la pierna de nuestras iniciativas más allá de lo que alcanza la sábana de nuestras facultades. Hagamos cada cual, dentro de la propia esfera, lo que sepamos y podamos: el que pueda mucho, mucho; poquito el que poquito pueda, y el que no pueda nada, o casi nada, estese callado y circunspecto viendo la labor de los demás. Acostumbrémonos a rematar cumplidamente, con plena conciencia, todo lo que emprendamos; no dejemos a medias lo que reclama el acabamiento de todas sus partes para ser un conjunto orgánico, lógico, eficaz, y conservémonos dentro de la esfera propia, aunque sea de las secundarias, sin intentar colarnos en las superiores, que ya tienen sus legítimos ocupantes. Cada cual en su puesto, cada cual en su obligación, con el propósito de cumplirla estrictamente, será la redención única y posible, poniendo sobre todo, el anhelo, la convicción firme de un vivir honrado y dichoso, en perfecta concordancia con el bienestar y la honradez de los demás.
¿Es esto soñar? ¡Desgraciado el pueblo que no tiene algún ensueño constitutivo y crónico, norma para la realidad, jalón plantado en las lejanías de su camino!

Fragmento del artículo "Soñemos, alma, soñemos",
publicado en el nº 1 de la revista Alma Española, en 1903

30 de abril de 2020

El Rincón de la Poesía


Terminamos un extraño mes de abril, repleto de ausencias y silencios. Y lo hacemos con un pequeño homenaje a todos los que se nos han ido y nos han dejado en un tiempo de espera, “organizando la soledad”, en palabras de Joan Margarit (Premio Cervantes 2019).

La espera


Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.

23 de abril de 2020

Día del libro con Miguel Delibes


“Amaba el libro, pero el libro espontáneamente elegido. Ella entendía que el vicio o la virtud de leer dependían del primer libro. Aquel que llegaba a interesarse por un libro se convertía inevitablemente en esclavo de la lectura. Un libro te remitía a otro libro, un autor a otro autor, porque, en contra de lo que solía decirse, los libros nunca te resolvían problemas sino que te los creaban, de modo que la curiosidad del lector siempre quedaba insatisfecha. Y, al apelar a otros títulos, iniciabas una cadena que ya no podía concluir sino con la muerte. Sentía avidez por la letra impresa. Y me la contagió. Fue ella la que me aproximó a los libros, a ciertos libros y a ciertos autores. En realidad, me abrió las puertas de ese mundo.”

Miguel Delibes, Señora de rojo sobre fondo gris


Este año dedicamos el Día del Libro a Miguel Delibes con motivo de la celebración del centenario de su nacimiento. Y lo hacemos con estas hermosas palabras con las que alude al amor compartido con su mujer por los libros y a su iniciación en la pasión lectora. Y, como en la cita, queremos abriros las puertas de su interesante obra con la recomendación de algunos de sus títulos más relevantes:




FELIZ DÍA DEL LIBRO

#YOMEQUEDOENCASALEYENDO

1 de abril de 2020

Galdós 2020 (V): Fortunata

   Continuamos con nuestra selección de personajes galdosianos. En esta ocasión os proponemos el retrato de la  protagonista de Fortunata y Jacinta, obra cumbre de la narrativa de Benito Pérez Galdós, en la que nuevamente destacan los personajes femeninos. A través de un triángulo amoroso (Fortunata-Juanito Santa Cruz-Jacinta), Galdós denuncia la discriminación que sufre la mujer en la sociedad decimonónica, víctima de la doble moral. 
   El propio Juan Santa Cruz cuenta a su mujer Jacinta quién es Fortunata y su relación con ella:

Parte I (V: Viaje de novios)


«¡Si la hubieras visto...! Fortunata tenía los ojos como dos estrellas, muy semejantes a los de la Virgen del Carmen que antes estaba en Santo Tomás y ahora en San Ginés. Pregúntaselo a Estupiñá, pregúntaselo si lo dudas... a ver... Fortunata tenía las manos bastas de tanto trabajar, el corazón lleno de inocencia... Fortunata no tenía educación; aquella boca tan linda se comía muchas letras y otras las equivocaba. Decía indilugencias, golver, asín. Pasó su niñez cuidando el ganado.  ¿Sabes lo que es el ganado? Las gallinas. Después criaba los palomos a sus pechos. Como los palomos no comen sino del pico de la madre, Fortunata se los metía en el seno, ¡y si vieras tú qué seno tan bonito!, sólo que tenía muchos rasguños que le hacían los palomos con los garfios de sus patas. Después cogía en la boca un buche de agua y algunos granos de algarroba, y metiéndose el pico en la boca... les daba de comer... Era la paloma madre de los tiernos pichoncitos... Luego les daba su calor natural... les arrullaba, les hacía rorrooó... les cantaba canciones de nodriza... ¡Pobre Fortunata, pobre Pitusa!... ¿Te he dicho que la llamaban la Pitusa? ¿No?... pues te lo digo ahora. Que conste... Yo la perdí... sí... que conste también; es preciso que cada cual cargue con su responsabilidad... Yo la perdí, la engañé, le dije mil mentiras, le hice creer que me iba a casar con ella. ¿Has visto?... ¡Si seré pillín!... Déjame que me ría un poco... Sí, todas las papas que yo le decía, se las tragaba... El pueblo es muy inocente, es tonto de remate, todo se lo cree con tal que se lo digan con palabras finas... La engañé, le garfiñé su honor, y tan tranquilo. Los hombres, digo, los señoritos, somos unos miserables; creemos que el honor de las hijas del pueblo es cosa de juego... No me pongas esa cara, vida mía. Comprendo que tienes razón; soy un infame, merezco tu desprecio; porque... lo que tú dirás, una mujer es siempre una criatura de Dios, ¿verdad?... y yo, después que me divertí con ella, la dejé abandonada en medio de las calles... justo... su destino es el destino de las perras... Di que sí».
[…]
-Seamos francos; la verdad ante todo... me idolatraba. Creía que yo no era como los demás, que era la caballerosidad, la hidalguía, la decencia, la nobleza en persona, el acabose de los hombres... ¡Nobleza, qué sarcasmo! en la mentira; digo que no puede ser... y que no, y que no. ¡Decencia porque se lleva una ropa que llaman levita!... ¡Qué humanidad tan farsante! El pobre siempre debajo; el rico hace lo que le da la gana. Yo soy rico... di que soy inconstante... La ilusión de lo pintoresco se iba pasando. La grosería con gracia seduce algún tiempo, después marca... Cada día me pesaba más la carga que me había echado encima. El picor del ajo me repugnaba. Deseé, puedes creerlo, que la Pitusa fuera mala para darle una puntera... Pero, quia... ni por esas... ¿Mala ella? a buena parte... Si le mando echarse al fuego por mí, ¡al fuego de cabeza! … El hastío era ya irresistible. La misma Pitusa me era odiosa, como las palabras inmundas... Un día dije vuelvo, y no volví más... Lo que decía Villalonga: cortar por lo sano... Yo tenía algo en mi conciencia, un hilito que me tiraba hacia allá... Lo corté... Fortunata me persiguió; tuve que jugar al escondite. Ella por aquí, yo por allá... Yo me escurría como una anguila. No me cogía, no. El último a quien vi fue Izquierdo; le encontré un día subiendo la escalera de mi casa. Me amenazó; díjome que la Pitusa estaba cambrí de cinco meses... ¡Cambrí de cinco meses...! Alcé los hombros... Dos palabras él, dos palabras yo... alargué este brazo, y plaf... Izquierdo bajó de golpe un tramo entero... Otro estirón, y plaf... de un brinco el segundo tramo... y con la cabeza para abajo... ».

21 de marzo de 2020

El Rincón de la Poesía


Celebramos el Día Mundial de la Poesía 2020 con este poema de Francisca Aguirre. Para que, como Penélope, seamos capaces, en estos duros días de “espera”, de transformar el miedo, el aislamiento y el silencio en sabiduría, en promesa de un futuro mejor.

LA ESPERA

Lo mejor que podemos hacer es no asustarnos.
Ya sé que no resulta fácil atenazar el miedo.
Pero también el miedo une. Es cuestión de saberlo
y no menospreciar esa sabiduría.

Calma, mucha calma,
en medio del terror también se puede tener calma;
casi diría que es imprescindible.
Moverse con cuidado, calcular bien los movimientos:
un paso en falso puede significar la destrucción.

Miedo, naturalmente. Mucho miedo:
nadie quiere desintegrarse.
Pero también el miedo integra. No olvidarlo.
Por descontado: esa tarea no resulta alegre,
pero en casos como el presente
lo más seguro es ver los hechos con realismo.
Nada ayuda tanto como la realidad.

Lo mejor que podemos hacer
es mirar con afecto a la consolación;
cuando se tiene miedo los consuelos no se desprecian.
Cualquiera se puede morir,
pero morir a solas es más largo.

Y si el miedo sigue creciendo,
apoyar una espalda contra otra. Alivia.
Infunde cierta seguridad
mientras dura la espera, Telémaco, hijo mío.
                                                           (De Ítaca)

11 de marzo de 2020

XII Concurso de Relato corto Francisco Salinas

Fotografía de Sara Santa Daría
   Este año, el XII Concurso de Relato corto Francisco Salinas ha tenido como tema central "La celebración". 
 Os invitamos a continuación a disfrutar del relato ganador, cuya autora ha sido Sara Abdelrazek Ragab, de 3º ESO B. Enhorabuena y gracias a todos los participantes.


Las nubes

Llueve. Siempre llueve. Lo único que saben las nubes es llorar y ocultar la luz del sol. "¿Por qué estáis tristes?". Cada vez que llueve, les hago la misma pregunta mentalmente. Una vez les pregunté directamente. Nadie respondió, es más,  me miraron como si estuviera loco.
Hoy les volví a preguntar lo mismo mientras caminaba por la calle, resguardándome bajo mi paraguas para evitar mojarme con sus lágrimas. Me gustaría poder ayudarlas, porque sé lo que se siente al estar triste. Sé cuánto les gustaría que alguien llegara y las ayudara o al menos las comprendiera. 
Yo solía estar triste. Es verdad que mis lágrimas nunca llegaron a inundar toda una ciudad como solían hacer las nubes, pero sí inundaron varias veces la tela de mi almohada por las noches. No sabría explicar por qué estuve triste; quizá a ellas les pase lo mismo. Lo que sí puedo explicar es por qué ya no lo estoy. Quizá a todos os venga a la mente una de esas historias clichés, pero esto no es un cliché. Yo no fui el marginado de clase, tampoco el objeto de burla de mis compañeros y mucho menos tuve problemas en casa. Yo era normal. Quizá ese era el problema.
¿Qué es ser normal exactamente? Un adolescente normal, según muchos, sería una persona que sigue la norma de moda en los institutos, una norma que sinceramente a mí nunca me gustó seguir. ¿Por qué parece que todo el mundo sigue el mismo patrón de vestimenta? Sudadera, en el caso de las chicas corta y en el de los chicos, gigantes, pantalones vaqueros y vans o cualquier marca de esas que te haga superficial. A mí me gustaba más el estilo único. Podría parecer un minion, pero al menos no era una marioneta de la sociedad. Y siguiendo con la definición de ser normal: los gustos. Unos son esto, otros son lo otro... El caso es que los gustos te definen, y ser "diferente" siempre estuvo mal visto. ¿Pero quién define qué es lo diferente? Esa pregunta fue la que seguramente más problemas me provocó.
Yo fui de esas personas que no se dejaban intimidar, pero que, si las cosas se ponían feas, se retiraban. Era de esas que prefería estar en su mundo antes que observar cómo el mundo real se destroza lentamente. Claro que mi mundo no era ni nunca será una utopía, pero era mi lugar seguro. Allí nadie te juzgaba, nadie te ponía etiquetas ni tenías que seguir un modelo para ser aceptado. En mi mundo el matón del instituto es en realidad un chico que no sabe cómo camuflar sus heridas del pasado y por eso se las causa al resto. En mi mundo soy un héroe  que pretende salvar el mundo indiscretamente, sumergiendo a las personas en sus humildes historias. Mi mundo no es demasiado, más bien es un libro. Ahora diréis: ¿un libro? Pues sí. Mi utopía es un libro. Un pequeño libro donde narro las aventuras de grandes personas que se camuflaban entre los populares por querer ser aceptados. En mi libro también nombro a las nubes, porque sin ellas no tendría nunca la suficiente inspiración, porque ellas no son solo gas en el cielo, también son formas. Quizá son formas que intentan contarnos alguna historia del pasado, quizá sean personas que vivieron en otros tiempos y nos observan desde allí. Pero lo inspirador de la lluvia son las lágrimas. Sus lágrimas, al menos a mí, me sanan el alma. Sonará algo cruel, pero me tranquiliza observarlas llorar. Porque, ¿quién dice que no están llorando de alegría? Quizá antes lloraban, ahora puede que sean felices viendo a alguien seguir su ejemplo. Yo también lloraba, ahora ya no. Aprendí a transformar el dolor en palabras, y al parecer a la gente le gustó. En mi utopía se empezaron a sumergir cada vez más personas. Lo que antes eran unos pocos, ahora son miles. Podría decirse que estoy dejando huella en las redes sociales, ¿pero acaso importa? Lo que de verdad importa es cuando veo algún comentario en mi perfil que me anima a seguir adelante. Y lo que más me ayuda a seguir adelante es saber que ayudo a alguien. Porque aunque no sea demasiado, sé que las historias ayudan. Yo fui una de esas almas perdidas, y ahora que he encontrado mi camino siento que mi responsabilidad es ayudar a otras a hacer lo mismo, seguramente en otras direcciones, pero al final siempre intentaré que sean lo más felices posible.
Hace cinco años que vi a las nubes llorar. No fue la primera vez que las vi, sino la primera vez que las sentí. Ahora que las veo más felices les sonrió cada vez que puedo. Les debo más de lo que alguna palabra pueda expresar.
Ahora, mientras camino bajo sus lágrimas de posible alegría les sonrío. Les sonrío como muestra de gratitud. Hoy es mi primer evento como escritor y nunca podría estar más feliz. Pero además, hoy celebro que por fin he descubierto que en realidad no soy normal. No soy normal no porque sea mejor que el resto, sino que, al contrario que ellos, he encontrado mi lugar en la sociedad sin tener que rebajarme a cambiar por ello, sino siendo yo mismo. Y soy yo mismo porque aquel día de febrero decidí dejar caer aquella máscara que todos solíamos llevar y empecé a pintar el mundo de un color distinto al resto. De mi color.